jueves, 3 de febrero de 2011

La despedida. El final

Caminamos en silencio durante un largo rato. El silencio se iba tornando cada vez más incómodo con forme avanzaba el tiempo. Yo me sentía molesto, todo me molestaba. “Se está nublando” dijo ella. Su voz me irritaba, no podía soportarla. ¿A qué había venido? ¿Por qué caminaba conmigo? Yo la miré con desprecio, ella se percataba de mi febril estado, yo lo sabía, pero dentro de su alma, un alma buena, quería ayudarme… no sabía que no se puede ayudar a quien está completamente extraviado.

“Pronto lloverá” volvió a decir. Su voz desgarraba el silencio y yo la odiaba por eso. Seguí caminando sin decir nada, con la mirada clavada en el suelo, como si quisiera encontrar el camino que desciende al infierno. Sí, eso era lo que deseaba. Ella me seguía, no se apartaba de mi lado. En el cielo resonó un trueno que anunciaba la pronta llegada de la lluvia. Eso me alegró, yo podría caminar bajo la lluvia esperando que un rayo terminara con mi existencia con la única esperanza de que ella buscara un refugio para resguardarse de la lluvia.

Sentí la primera gota mojar mi cabello. Levanté la mirada hacia ella y la vi con una sonrisa malévola, incluso cruel. No dije nada. Caminamos hasta refugiarnos bajo un techo. Ella temblaba de frío. Se quedó parada, inmóvil bajo el techo. Yo di media vuelta y me dispuse a caminar. “Espera…” gritó ella al tiempo que me sujetaba de un brazo. Las lágrimas comenzaron a dibujarse en su rostro. Yo la miré con verdadero desprecio. Odiaba profundamente su llanto, odiaba sus manos tratando de aferrarse a mí, pero lo que más odiaba es que sus lágrimas no fueran de tristeza, sino de pena, de misericordia, de… lástima, tal vez. ¿Qué creía, que me hacía un favor, que mi corazón se ablandaría sólo por sus estúpidas lágrimas?

No. Yo era un ser vil y desgraciado, incluso cruel pero sumamente orgulloso, soberbio y altanero. Así que sin decir una sola palabra me desembaracé de sus manos y comencé a caminar bajo la lluvia, ella se quedó atrás, mirándome partir, mientras yo explotaba en una frenética y maniática carcajada que se opacaba con el estruendo de los truenos celestes.

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Interpretación oracular