miércoles, 12 de enero de 2011

En la estación de trenes

Esperaba sentada en la estación de trenes. Miraba apaciblemente a la gente ir de aquí para allá con sus maletas. No sabía exactamente por qué, pero eso le hacía experimentar una sencilla paz interior. Le parecía agradable observar las facciones de las personas a su alrededor. Algunos iban apresurados, otros tranquilos, algunos molestos, otros contentos. Todos tenían algo que contar al mundo y ella estaba allí para escuchar sus historias.

Esperaba sin prisa. Cada mirada, cada sonrisa, cada lágrima, cada imagen era un deleitarse… esperaba ahí sorbiendo un vaso de unicel con café caliente. A veces ellos también la miraban y ella se encontraba con la mirada inquisidora de “los otros”. Ella entonces les dirigía alguna amable sonrisa –vaya que su sonrisa era amable– y ellos a veces la devolvían, otras veces sólo la miraban con curiosidad e incluso con desdén, sentía como su mirada incomodaba a ciertas personas, pero ella no se inmutaba, sonreía como quien sonríe al aire, como quien sonríe a la vida, con una sonrisa pura, una sonrisa que brotaba del fondo del alma. Así sonreía ella.

A veces presenciaba a las parejas despedirse en el andén. Uno subía al ferrocarril mientras el otro se quedaba ahí llorando… entonces ella los veía y sonreía, ellos entonces sentían un profundo agradecimiento. Alguno incluso se acercaba para platicar con ella, pero ella no hablaba jamás, sólo los veía con sus profundos ojos grises y eso era más que suficiente.

Y así esperaba, desde que despuntaba el alba hasta que se ocultaba el último rayo de sol. Esperaba ver y ser vista. Esperaba que llegara un tren, un tren que cambiara su vida, un tren que abordo trajera una persona capaz de poder conversar con ella, sin palabras, sin sonidos, esperaba que unos profundos ojos como los suyos bajaran algún día de algún vagón. Allí esperaba, sentada. Cuando era menester se levantaba de su lugar e iba a comer algo, mas regresaba pronto a la misma banca. La gente no se sentaba en esa banca, sabían que le pertenecía a ella y respetaban el silencioso acuerdo.

Ella soñaba, esperaba que su sueño se volviera realidad, allí, en la estación de tren. Y en silencio, sin darse cuenta siquiera, ella había ya cumplido tantos sueños. Ella era un sueño, un sueño hecho realidad, el sueño de ellos, y estaba allí, esperando que alguien más la soñara, mientras soñaba y esperaba… Algún día, tal vez, todos esos sueños serían más que sueños, algún día la espera terminaría.

miércoles, 5 de enero de 2011

2011

¡Por fin terminó el año! Ya no más bicentenarios rondando por el aire, me tenían podrido con ello.

Ahora, pasemos a temas realmente importantes y trascendentes. Estamos en el año 2011. En el 2012 se acaba el mundo. ¿Se han puesto a pensar que sólo tienen un poco más de 660 días para realizar todos sus sueños frustrados?

Lo bueno es que muchos ya han comenzado el año con excelentes propósitos -los mismos que olvidarán a mediados de febrero, cuando tengan que preocuparse por el amor- y con una "vida nueva". Una corta vida nueva. Pero ¿de qué preocuparse? Los dioses aman a los que mueren jovenes. Lo bueno de que el mundo se acabe es que ya no hay que trabajar ¿no les parece genial? no más preocupaciones, estres tráfico, violencia, ambición, hambre, religión y películas de mala calidad.

Lo malo de que se acabe el mundo es que no disfrutaré de mi play station tres que acabo de adquirir, sí, lo sé, tengo todavía más de 660 días, pero... ah... supongo que muchos de ustedes compartirán mi sentimiento y sabrán el oscuro pesar que aqueja mi alma.

Y aún tengo algo de tiempo para comprar una mac y poder morir a lado de mis aparatos queridos. También me debería preocupar por un par de calcetines que no estén rotos y un traje presentable para el fin del mundo, no me gustaría terminar esta vida vestido con harapos todos rotos.

Pensandolo detenidamente, seiscientos y pico de días no son suficientes para preparar un final de la existencia ¿no creen?

Pero ¿qué se le va a hacer? Sonrían, Dios me ama...

Feliz fin del mundo.