jueves, 22 de junio de 2017

Decir adiós

Dicen que durante la adolescencia comienzas a sufrir una serie de cambios que te convertirán en una persona adulta: se te engruesa la voz, te crece vello púbico, barba, bigote, te sientes desconcertado, malhumorado, molesto por cualquier cosa, crees que nadie te entiende, pero, sobre todo, recalcan una y otra vez que comenzarás a ver a las mujeres de forma distinta. Resulta que cumples catorce años y las mujeres pasan de ser tus compañeras de juego a convertirse en una especie de presa que debes asechar, ya no pueden ser tus amigas, porque de repente te conviertes en un enemigo, alguien en quien no se puede confiar, y debes mantenerte alejado de ellas, guardar la distancia, a menos, claro, que estés pensando en casarte, tener hijos, y vivir para siempre a su lado, de lo contrario, es mejor no hablarles y… bueno, la adolescencia es un período difícil.
            No quiero decir que yo sea una persona especial y que ninguno de esos cambios tuvo efecto en mí, porque soy único y diferente de todos los demás. No es eso, lo cierto es que mi voz no se volvió más gruesa, mi cara es tan lampiña como hace cinco años y las mujeres… bueno, me causó una gran impresión que de repente ya no estuvieran ahí, ya no quisieran (o no tuvieran permiso) de ir al cine, al parque, al centro comercial conmigo. Como estudio en un colegio de varones, de por sí ya era complejo mantener unas pocas amistades con chicas de mi edad, así que de repente me sentí abandonado, abrumado y solo. Sí, creo que después de todo sí había entrado en la adolescencia junto con todos los demás.
            Gabriel era mi mejor amigo en la escuela. Él es un tanto excéntrico, un muchacho muy desinhibido, a diferencia mía, que solía hacer bromas sobre que era homosexual en una escuela católica, todo un caso, yo me doblaba de risa cada que les decía a los otros compañeros que estaban bien guapos y trataba de tomarlos de la mano. Gabriel y yo hacíamos todo juntos: íbamos a la escuela, luego al gimnasio, estábamos en la misma compañía de teatro, él quería ser actor, yo sólo entré por él, teníamos los mismos amigos en común, juagábamos a los mismos juegos. Y de compañeros y amigos nos convertimos también en cómplices, cuando Gabriel comenzó a interesarse en las chicas, me volví su brazo derecho, me encargaba de conocer a la muchacha en cuestión, saber qué le gustaba, sus intereses, sus miedos, y luego realizaba una estrategia para que Gabriel pudiera conquistarla, y funcionaba.
            Todo iba bien, hasta que llegamos a los últimos meses de la secundaria. Ambos teníamos un plan, nos quedaríamos a estudiar la preparatoria en la misma escuela, seguiríamos siendo los mejores amigos para siempre, haríamos mejores planes para conquistar muchachas. Gabriel se interesó en Lucy, la amiga de una amiga, y comenzó mi tarea de investigación. Acercarme a Lucy no fue nada sencillo, ella era mucho más compleja que el resto de amigas que teníamos, era, por decirlo de alguna forma, más madura. Casi puedo asegurar que Lucy, desde el principio, sabía cuál era nuestro modus operandi, pero no se inmutó, me seguía la plática, y hasta me buscaba para conversar. Salimos un par de veces luego de la escuela y tuvimos conversaciones muy profundas e interesantes. En nuestra tercera cita Lucy me preguntó, sin mayores rodeos, por qué hacía eso por Gabriel, entonces no supe qué decir, me quedé pasmado, jamás imaginé que alguien pudiera sospechar que Gabriel y yo estábamos coludidos. Le respondí que no era por Gabriel, que lo hacía por mí, porque ella me gustaba. Y hasta cierto punto era verdad, esas semanas que habíamos compartido hicieron que comenzara a estrechar lazos con Lucy. Ella no respondió, se acercó mucho a mí, me miró directamente a los ojos, me tomo de la cabeza con ambas manos y me dio un beso en los labios. El tiempo se detuvo por un momento y yo me quedé ahí, sintiendo en los labios de Lucy la traición que le hacía a Gabriel. Cuando Lucy separó sus labios de los míos, yo respiraba aceleradamente, mi corazón palpitaba a toda velocidad en mi pecho y sentí como la sangre coloreaba mi rostro. Entonces Lucy me dijo: “lo que dices no es verdad. Mira, no andaré con Gabriel, pero si tú de verdad quieres que sea tu novia, llámame. Por cierto, no respondiste mi pregunta, y no quiero que me respondas ahora, pero respóndete a ti mismo, no te engañes ¿por qué haces esto por Gabriel?” Dio media vuelta y se fue.
            Regresé a casa desconcertado. No sabía qué iba a decirle a Gabriel, pero, sobre todo, no sabía a qué se refería Lucy. Estuve pensando durante horas y horas qué quería decir, pero no lo comprendía. Y el beso… había dado mi primer beso a una pretendida de Gabriel ¿cómo podría decir que era su mejor amigo? Me sentía tan mal que no quería volver a ver a Gabriel, estaba tan avergonzado. Fingí una enfermedad para no ir a la escuela, pensé que sería suficiente para darme tiempo y pensar, pero no fue así, a las tres de la tarde llegó Gabriel a mi casa, preocupado porque me había enfermado. Le pedí que se fuera, porque no quería contagiarlo, pero se quedó, ahí, parado en la puerta, con una sonrisa franca, luego me dio un abrazo y me dijo “no te ves enfermo”. Entonces yo me puse muy nervioso. “Gabriel, debo hablar contigo, es sobre Lucy…”, “A, no má” me interrumpió “ya tienes un plan, la verdad es que esa chava sí me gusta un buen”, “mira, no sé cómo decirte esto…, es que ella no quiere andar contigo porque… le gusta alguien más”, “Ah, sí ¿Quién?”, “Yo…”, “¿En serio? Oye, felicidades, por fin tendrás novia…”, “Gabriel, ¿no estás enojado?”, “Ay, no mames, ¿no me digas que por eso no fuiste a la escuela hoy”, “yo…”, “mira, está muy chido que le gustes a Lucy, la neta eres bien chido, hasta yo andaría contigo”. Entonces me dio la mano y pude sentir la fuerza de su apretón. Lo rodee con mis brazos y comencé a sentir que no quería que aquel momento terminara nunca. Una fuerte emoción me invadió y sólo pude manifestarla derramando lágrimas sobre su hombro mientras intentaba decir gracias. Gabriel me secó las lágrimas con su playera, me dio una palmada en la mejilla, luego me guiñó un ojo y me dijo “nos vemos mañana en la escuela”.
            Parecía que todo volvería a la normalidad, pero en la siguiente fiesta que fuimos juntos, conocimos a Samantha y a Gabriel le gustó. Entonces comenzamos llevar a cabo el plan para que él y Samantha se volvieran novios. Pero tampoco funcionó, de alguna forma me volví muy amigo de Samantha, pero ella no quería andar con Gabriel. ¿Es que acaso yo estaba haciendo algo de manera inconsciente para evitar que Samantha saliera con él?
            Estábamos a unas semanas de graduarnos de secundaria, cuando les dije a mis padres que quería cambiarme de escuela, que ya no quería seguir ahí, que había buscado otras opciones y creía que estaría mejor en una escuela mixta, no en una de varones. Mis padres, muy desconcertados al principio, trataron de convencerme de que me quedara ahí. Pero yo supliqué que no fuera así. Finalmente accedieron a cambiarme, de último momento. El último día de clases, informé a todo el grupo que no continuaría con ellos el próximo año. Todos quedaron estupefactos, pero yo quedé pendiente en todo momento de la reacción de Gabriel. Se hizo una rueda a mi alrededor, todos me abrazaban y me decían que me extrañarían, sólo él se quedó alejado. No fue sino hasta el final del día cuando se me acercó, con lágrimas en los ojos y me preguntó “¿por qué te vas? ¿qué voy a hacer en la preparatoria sin ti?”, “estarás bien” le dije “quizá podamos vernos de vez en cuando, no es el fin del mundo”, “Eres mi mejor amigo ¿lo sabes?”, entonces no pude contener más las lágrimas “lo sé, pero estarás mejor sin mí”. No sé por qué lo dije, pero fue así. Luego me fui de la escuela, subí al auto en el que mis papás fueron a recogerme, y mientras enjugaba mis lágrimas envié un mensaje a Lucy para concertar una cita.
            Cuando llegué con Lucy, ella me miró con una sonrisa pícara, y sin más preámbulo me dijo “ya tienes la respuesta ¿verdad?”. Asentí con la cabeza. “Lo hice porque lo amo…” Sentí como un viento tibio desordenaba mis cabellos.