jueves, 17 de noviembre de 2011
jueves, 6 de octubre de 2011
Esquizofrenia (10/10)
Cuando Ernust despertó, alcanzó a ver la silueta de una linda joven que había dejado una flor morada en un florero que estaba en una mesita junto a la cama, luego sólo pudo ver cómo salía de la habitación y se alejaba. No estuvo consiente durante mucho rato, casi de inmediato volvió a dormir.
Ernust despertó un tanto más recuperado. Había un par de doctores a su lado que revisaban minuciosamente su expediente. “Tiene múltiples fracturas en las costillas, tardará un poco en recuperarse”, pudo escuchar Ernust que le decía un doctor al otro. Ernust sentía dolor en todo el cuerpo. “¿Dónde estoy?” preguntó.
–Está usted en el hospital jovencito, no sé qué fue exactamente lo que le pasó, pero tiene varios huesos rotos.
–Doctor ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
–Tres días, ha estado inconsciente.
Ernust miró la mesita junto a la cama, y pudo ver la flor morada dentro del florero. Entonces quiso saber si había recibido visitas. El doctor le dijo que no, nadie lo había ido a ver.
Ernust miró la flor morada y comenzó a reír frenéticamente y su risa le causó un profundo dolor en todas las partes de su cuerpo.
Ernust despertó un tanto más recuperado. Había un par de doctores a su lado que revisaban minuciosamente su expediente. “Tiene múltiples fracturas en las costillas, tardará un poco en recuperarse”, pudo escuchar Ernust que le decía un doctor al otro. Ernust sentía dolor en todo el cuerpo. “¿Dónde estoy?” preguntó.
–Está usted en el hospital jovencito, no sé qué fue exactamente lo que le pasó, pero tiene varios huesos rotos.
–Doctor ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
–Tres días, ha estado inconsciente.
Ernust miró la mesita junto a la cama, y pudo ver la flor morada dentro del florero. Entonces quiso saber si había recibido visitas. El doctor le dijo que no, nadie lo había ido a ver.
Ernust miró la flor morada y comenzó a reír frenéticamente y su risa le causó un profundo dolor en todas las partes de su cuerpo.
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Esquizofrenia (9/10)
¿Qué significaba todo aquello? ¿Qué había soñado que le había despertado de esa manera tan abrupta? Sintió miedo, miedo de la soledad, miedo de la oscuridad fuera de su iluminada habitación. Tenía una extraña sensación, como de haber vivido ya aquel momento de su vida. Se levantó temblando de frío. Se dio un buen baño con agua caliente mientras intentaba recordar que era lo que había soñado. Sabía que tenía que hacer algo, pero no recordaba qué. Terminó de bañarse. De mala gana tomó el desayuno. Encendió el estéreo. Su disco de Mozart seguía ahí y se inició automáticamente. ¡Cómo disfrutaba aquellos acordes del Réquiem!
Salió de su casa y cerró tras de sí la puerta con llave. Caminó lentamente hacia la escuela. No quería entrar a clases, estaba muy intranquilo. Llegó tarde a la escuela, lo cual lo animó a no entrar a la primera clase. Se fue al jardín de la escuela, le gustaba estar ahí por alguna extraña razón. Se sentó en una banca y miró un frondoso árbol que por alguna razón llamó su atención. Se parecía mucho al árbol del dibujo que estaba en su pared. “Mirada de fuego” pensó. Recordó a su amiga Ophrys. Sacó una hoja de su mochila y escribió una carta para ella.
Ophrys,
No sé exactamente qué es lo que me pasa. Mis sueños han sido intranquilos, pero al despertar no puedo recordar que fue lo que soñé. Tengo una extraña sensación de haber vivido algo, algo importante, algo que tal vez no quiera recordar. A veces me siento tan extraño de estar aquí, de vivir este momento. Mucho he sufrido. Ya estoy harto de todo esto. A veces siento como sí la vida me jugara malas bromas. A veces siento que el amor no es para mí.
Pocas personas han logrado realmente formar parte de mi vida, y muchas de ellas se han ido. Estoy enamorado Ophrys, y creo que lo sabes, pero no sé qué hacer. Hay cosas que se quedan en la piel, y con el viento se caen, o con la lluvia resbalan. Pero otras desgarran la piel, penetran en el interior y se insertan en lo más profundo de las entrañas. Entonces cierro los ojos y respiro por su aliento, mientras la abrazo, siento su calor y no sé dónde estoy. Y puedo vivir un instante invaluable de felicidad pura. Pero es tan efímero. De pronto, siento como el dolor me regresa a la realidad y siento como si un fuego consumiera mi interior y va extinguiendo mi vida en una indecible agonía…
Guardó la carta en su mochila, no se explicaba por qué había escrito eso. Tal vez tenía que ver con su extraña pesadilla. Había llegado la hora de regresar al salón. Tomó sus cosas y se fue. Al llegar al aula Jazmín estaba ahí, y Ophrys estaba a su lado. Ambas lo miraron. Jazmín se retiró sin decir palabras. Ophrys estaba un tanto molesta. Ernust se acercó, sacó la carta de su mochila, se la dio a Ophrys y sin saber exactamente por qué le dijo “lo siento”. Ella le dio un abrazo y guardó la carta.
Ernust no podía concentrarse en la clase. Salió del salón y regresó al jardín. Por alguna extraña razón sentía que debía estar ahí. Al llegar encontró a Violeta sentada en una banca. La vio de espaldas y un sudor frío recorrió su cuerpo. “Mirada de fuego”… Se quedó petrificado. Violeta sintió la presencia de Ernust y volteó. Sus ojos tiernos estaban ahí. Ernust sintió un gran alivio y sin pensarlo corrió a abrazarla. Una extraña alegría lo invadió. Violeta estaba confundida, no podía entender el comportamiento de Ernust. “Ernust ¿qué está pasando contigo?” preguntó, pero antes de que pudiera continuar, Ernust la besó. Ella lo separó de sí un tanto molesta. Entonces Ernust sintió como una enorme mano sujetaba su hombro. Al volver la cara, el puño de Peter se impactó directamente en su ojo.
Ernust comenzó a sentir varios golpes en todo el cuerpo, se sintió mareado, comenzaba a ver borroso, a su alrededor se escuchaban diversos gritos “No, déjalo”, “¡pelea, pelea!”, “alguien ayude” y cosas así. Ernust sintió como perdía el control de sí mismo y caía al piso mientras veía como brotaba sangre de su nariz y de su boca, le dolían las costillas y las piernas. Lo último que pudo ver fueron los ojos de Violeta, luego perdió el conocimiento.
Salió de su casa y cerró tras de sí la puerta con llave. Caminó lentamente hacia la escuela. No quería entrar a clases, estaba muy intranquilo. Llegó tarde a la escuela, lo cual lo animó a no entrar a la primera clase. Se fue al jardín de la escuela, le gustaba estar ahí por alguna extraña razón. Se sentó en una banca y miró un frondoso árbol que por alguna razón llamó su atención. Se parecía mucho al árbol del dibujo que estaba en su pared. “Mirada de fuego” pensó. Recordó a su amiga Ophrys. Sacó una hoja de su mochila y escribió una carta para ella.
Ophrys,
No sé exactamente qué es lo que me pasa. Mis sueños han sido intranquilos, pero al despertar no puedo recordar que fue lo que soñé. Tengo una extraña sensación de haber vivido algo, algo importante, algo que tal vez no quiera recordar. A veces me siento tan extraño de estar aquí, de vivir este momento. Mucho he sufrido. Ya estoy harto de todo esto. A veces siento como sí la vida me jugara malas bromas. A veces siento que el amor no es para mí.
Pocas personas han logrado realmente formar parte de mi vida, y muchas de ellas se han ido. Estoy enamorado Ophrys, y creo que lo sabes, pero no sé qué hacer. Hay cosas que se quedan en la piel, y con el viento se caen, o con la lluvia resbalan. Pero otras desgarran la piel, penetran en el interior y se insertan en lo más profundo de las entrañas. Entonces cierro los ojos y respiro por su aliento, mientras la abrazo, siento su calor y no sé dónde estoy. Y puedo vivir un instante invaluable de felicidad pura. Pero es tan efímero. De pronto, siento como el dolor me regresa a la realidad y siento como si un fuego consumiera mi interior y va extinguiendo mi vida en una indecible agonía…
Guardó la carta en su mochila, no se explicaba por qué había escrito eso. Tal vez tenía que ver con su extraña pesadilla. Había llegado la hora de regresar al salón. Tomó sus cosas y se fue. Al llegar al aula Jazmín estaba ahí, y Ophrys estaba a su lado. Ambas lo miraron. Jazmín se retiró sin decir palabras. Ophrys estaba un tanto molesta. Ernust se acercó, sacó la carta de su mochila, se la dio a Ophrys y sin saber exactamente por qué le dijo “lo siento”. Ella le dio un abrazo y guardó la carta.
Ernust no podía concentrarse en la clase. Salió del salón y regresó al jardín. Por alguna extraña razón sentía que debía estar ahí. Al llegar encontró a Violeta sentada en una banca. La vio de espaldas y un sudor frío recorrió su cuerpo. “Mirada de fuego”… Se quedó petrificado. Violeta sintió la presencia de Ernust y volteó. Sus ojos tiernos estaban ahí. Ernust sintió un gran alivio y sin pensarlo corrió a abrazarla. Una extraña alegría lo invadió. Violeta estaba confundida, no podía entender el comportamiento de Ernust. “Ernust ¿qué está pasando contigo?” preguntó, pero antes de que pudiera continuar, Ernust la besó. Ella lo separó de sí un tanto molesta. Entonces Ernust sintió como una enorme mano sujetaba su hombro. Al volver la cara, el puño de Peter se impactó directamente en su ojo.
Ernust comenzó a sentir varios golpes en todo el cuerpo, se sintió mareado, comenzaba a ver borroso, a su alrededor se escuchaban diversos gritos “No, déjalo”, “¡pelea, pelea!”, “alguien ayude” y cosas así. Ernust sintió como perdía el control de sí mismo y caía al piso mientras veía como brotaba sangre de su nariz y de su boca, le dolían las costillas y las piernas. Lo último que pudo ver fueron los ojos de Violeta, luego perdió el conocimiento.
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Esquizofrenia (8/10)
Ernust despertó muy alterado, todo su rostro estaba perlado por un sudor frío, intentó ubicarse en la oscuridad, por un momento no supo dónde estaba. Intentó recordar su sueño, ¿por qué había despertado tan alterado? Pudo recordar unos ojos incandescentes que le aterraron. En vano intentó recordar más. Se tranquilizó, todo había sido un sueño. Poco a poco pudo ubicarse en tiempo y en espacio. Estaba en su habitación, por fortuna, el frío lo había despertado de su cruel pesadilla. Se había quedado dormido en el piso del cuarto. Encendió la luz eléctrica. Su cama permanecía arreglada, no había dormido en ella. Miro la pared de su habitación, de ahí colgaba un dibujo, un hermoso árbol con la frase “mirada de fuego”.
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Esquizofrenia (7/10)
La cabeza de Ernust daba tantas vueltas que parecía que iba a estallar. Miraba a la sonrisa de Violeta mientras sentía como un apretón de manos le hacía daño. “Mucho gusto” y “¿estás bien?” eran palabras aisladas que alcanzaban a llegar hasta sus oídos, pero eran ininteligibles. Entonces miró a Violeta, ella lo miraba con una amplia sonrisa y una mirada que radiaba felicidad. Aquellos ojos tan radiantes de Violeta le hicieron daño a Ernust. Él dio media vuelta, tiró su mochila en ese lugar y se alejó corriendo lo más rápido que pudo, mientras alcazaba a escuchar los gritos de Violeta “¿Qué te pasa?, ¿Te sientes bien?”
¿Qué clase de pregunta era esa? Era obvio que no se sentía bien. Estaba confundido, muy confundido. Llegó a su casa, miró su escritorio, ¡cuántos bocetos de Violeta había ahí! Recordó la noche anterior, Violeta había estado con él… esos besos apasionados… los recordó y el recuerdo le quemó los labios, la piel le ardía justo dónde ella había pasado sus manos. Ernust se sentía morir, fue a su habitación, se tumbó en la cama y comenzó a llorar amargamente. Estuvo tumbado boca abajo durante largas horas. El tiempo parecía interminable. Había muchas voces en su cabeza “estoy enamorada”, “pierdes el suelo”, “¿estás bien?”, “mi novio…”, “mi novio…”, “mi novio…”. Ernust lanzó un grito desesperado. Escuchó entonces otra voz “¿qué te pasa, Ernust?”. Era una voz tierna, dulce… no había salido de su cabeza ¿o sí? Estaba seguro que no. Sentía que se volvía loco.
Volteó la cabeza, miro al retrato de Violeta que colgaba de la pared. Entonces le pareció que el retrato le hablaba “¿Ernust, estás bien?”. Pero el retrato no había movido los labios. Era la voz de Violeta, de ello estaba seguro. De pronto volvió a sentirse solo, un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Comenzó a sudar frío. Una linda voz surgió desde la puerta de la habitación.
–Ernust, no estás solo.
Ernust se volvió lentamente. De reojo pudo contemplar la figura de Violeta erguida en el umbral de la puerta. El corazón le iba a estallar. Comenzó a gritar, quería abrazar a Violeta, quería refugiarse en ella, quería creer que todo había sido un sueño. Entonces se levantó, miró a Violeta a los ojos y cayó de rodillas al piso. Esa mirada, una mirada de fuego, comenzó a consumir el interior de Ernust. Los ojos de Violeta no eran los mismos. Habían cambiado la luminosidad por el fuego. Ernust sintió miedo. Quería ocultarse, quería escapar, pero todo era en vano. La mirada de Violeta le hacía daño, le quemaba el interior, le consumía el alma. Mientras que, con la voz más dulce que jamás había escuchado en su vida le decía “Ernust, ven a mis brazos”. Ernust no podía soportarlo más. Quería abrazarla, pero no podía acercarse a ella, su mirada, sus terribles ojos de fuego… Volteó a ver el retrato que pendía de la pared, y horrorizado vio como en los ojos del retrato ahora ardían dos enormes llamas que iban consumiendo el papel. Ernust sudaba frío… quería moverse, quería gritar pero no le era posible. Entonces el fuego quemaba el papel, y aquel retrato se consumió, las cenizas quedaron en el piso, de ahí surgió de pronto un árbol y en él quedaron grabadas en la corteza las siluetas de los ojos incandescentes. Ernust recordó su dibujo del árbol con la frase “mirada de fuego”. Entonces Violeta traspasó el umbral, se acercó a Ernust y lo miró directo a los ojos, quiso acariciarle el rostro. En ese momento Ernust perdió el conocimiento.
¿Qué clase de pregunta era esa? Era obvio que no se sentía bien. Estaba confundido, muy confundido. Llegó a su casa, miró su escritorio, ¡cuántos bocetos de Violeta había ahí! Recordó la noche anterior, Violeta había estado con él… esos besos apasionados… los recordó y el recuerdo le quemó los labios, la piel le ardía justo dónde ella había pasado sus manos. Ernust se sentía morir, fue a su habitación, se tumbó en la cama y comenzó a llorar amargamente. Estuvo tumbado boca abajo durante largas horas. El tiempo parecía interminable. Había muchas voces en su cabeza “estoy enamorada”, “pierdes el suelo”, “¿estás bien?”, “mi novio…”, “mi novio…”, “mi novio…”. Ernust lanzó un grito desesperado. Escuchó entonces otra voz “¿qué te pasa, Ernust?”. Era una voz tierna, dulce… no había salido de su cabeza ¿o sí? Estaba seguro que no. Sentía que se volvía loco.
Volteó la cabeza, miro al retrato de Violeta que colgaba de la pared. Entonces le pareció que el retrato le hablaba “¿Ernust, estás bien?”. Pero el retrato no había movido los labios. Era la voz de Violeta, de ello estaba seguro. De pronto volvió a sentirse solo, un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Comenzó a sudar frío. Una linda voz surgió desde la puerta de la habitación.
–Ernust, no estás solo.
Ernust se volvió lentamente. De reojo pudo contemplar la figura de Violeta erguida en el umbral de la puerta. El corazón le iba a estallar. Comenzó a gritar, quería abrazar a Violeta, quería refugiarse en ella, quería creer que todo había sido un sueño. Entonces se levantó, miró a Violeta a los ojos y cayó de rodillas al piso. Esa mirada, una mirada de fuego, comenzó a consumir el interior de Ernust. Los ojos de Violeta no eran los mismos. Habían cambiado la luminosidad por el fuego. Ernust sintió miedo. Quería ocultarse, quería escapar, pero todo era en vano. La mirada de Violeta le hacía daño, le quemaba el interior, le consumía el alma. Mientras que, con la voz más dulce que jamás había escuchado en su vida le decía “Ernust, ven a mis brazos”. Ernust no podía soportarlo más. Quería abrazarla, pero no podía acercarse a ella, su mirada, sus terribles ojos de fuego… Volteó a ver el retrato que pendía de la pared, y horrorizado vio como en los ojos del retrato ahora ardían dos enormes llamas que iban consumiendo el papel. Ernust sudaba frío… quería moverse, quería gritar pero no le era posible. Entonces el fuego quemaba el papel, y aquel retrato se consumió, las cenizas quedaron en el piso, de ahí surgió de pronto un árbol y en él quedaron grabadas en la corteza las siluetas de los ojos incandescentes. Ernust recordó su dibujo del árbol con la frase “mirada de fuego”. Entonces Violeta traspasó el umbral, se acercó a Ernust y lo miró directo a los ojos, quiso acariciarle el rostro. En ese momento Ernust perdió el conocimiento.
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Esquizofrenia (6/10)
Ernust despertó feliz, como despiertan aquellas personas que han tenido un sueño placentero. Lo primero que pudo ver al despertar fue el retrato de Violeta pendiendo de la pared. Se le ocurrió que todo lo pasado había sido un sueño, que había dormido un largo sueño desde que había acabado ese retrato hasta el momento. La idea le causo escalofríos. Pero luego volteó la mirada, Violeta yacía al otro lado de la cama, su respiración era apacible, su rostro tierno, su sueño parecía tranquilo. “No ha sido un sueño”, pensó Ernust, “nada de esto ha sido un sueño”.
Se quedó despierto velando el sueño de su amada, hasta que vio que había llegado la hora para ir a la escuela. Despertó a Violeta con un tierno beso en los labios. Ella sonrió mientras abría lentamente los ojos. “Buenos días amor mío”. Cuanto placer experimentaba Ernust al escuchar su voz. Al ver sus ojos abiertos. Al sentirse parte de algo, parte de alguien. Él ya no era más Ernust. Ahora era un tanto porciento Ernust, el otro tanto Violeta. Él ya no podría estar jamás completo sin ella. Eso era lo que sentía. Eso era lo que sus ojos le decían a ella, y los de ella eran, igualmente, ojos de enamorada.
Estuvieron listos en poco tiempo, tomaron un desayuno ligero y se encaminaron a la escuela. Ahí, una vez más Violeta se despidió de él. “Te veo al rato, amor”, le dijo, le dio un abrazo y un beso, y se fue. Él sólo miró y se encaminó a su salón, con un bienestar y un deseo vital que jamás antes había experimentado.
Cuando se encontró con Ophrys, ésta lo primero que hizo fue preguntarle “¿Cómo estás?”
–De maravilla –respondió él.
–No me convences… es que, el asunto de Violeta…
–¿Qué pasa con ella? Es una chica maravillosa, y yo la amo.
–Ernust, no te lastimes de esa manera. No te hagas daño. Entiendo que ella sea tu amiga, es una linda y buena chica, pero ¿por qué crees que la amas? Más aún ¿qué te hace pensar que ella te ama a ti?
–¿Qué estás tratando de insinuar? –dijo él muy enojado. Iba a continuar con su discurso, pero prefirió no seguir la discusión sólo por el gran cariño que le tenía a su amiga. Aunque al no poder contenerse tampoco dio media vuelta y se fue. No volvió a hablarle a Ophrys durante el resto del día.
Más tarde, mientras cambiaba de salón para ir a otra clase, se encontró con Violeta. Ella lo saludó de lejos.
–Hola Ernust, disculpa por no llamarte ayer… –pero de inmediato se dio cuenta de su talante apesadumbrado, así que cambió el rumbo de la conversación– ¿qué te pasa? Te noto triste.
–Me enojé con Ophrys. Es que no me comprende. Pero, no te preocupes, me siento feliz, sé que tú sí me comprendes.
–¿Seguro que estás bien Ernust?
–Claro que sí, no te preocupes.
–Ahora sí podré hablar contigo sobre algo importante. Te veo a la salida ¿está bien?
–Claro…
Ernust iba a besarla, pero ella no le dio tiempo, sin más dio media vuelta y se fue. Ernust se sintió muy raro. ¿Qué le pasaba a Violeta? No lo sabía. Se sintió de pronto muy mal, por un lado no sabía que le pasaba a su amada, por otro lado su amiga estaba enojada, o más bien, él estaba enojado con su amiga.
En la siguiente clase encontró a Jazmín. Y le vino como anillo al dedo, pues encontró a la persona perfecta para desahogarse.
–Es que, no entiendo. Ophrys está como enojada, o no sé qué le pasa. Y Violeta, pues, está rara. Cuando va a casa se comporta muy cariñosa, muy atenta… pero en la escuela, parece otra, es como sí sintiera vergüenza de mí y no quisiera aceptar que soy su novio frente a sus amigos. Tal vez soy muy feo y por eso no quiere aceptarme… o tal vez… ¡ah!, no sé qué pasa.
–Ernust, eso no es normal. Una chica jamás se avergüenza de la persona que ama. Al menos yo te hablo desde mi experiencia personal. Yo hace ya bastante tiempo que no veo a Violeta, pero Ophrys va con ella en alguna clase, eso lo sabes, y tampoco se me hace normal que ella esté preocupada por ti y te pregunte “¿qué tienes?” nada más porque sí. Hay algo extraño en todo esto. Deberías hablar con ella.
–Tal vez tengas razón… pero no sé si ahora. La verdad es que no quiero dirigirle la palabra.
–Deja de comportarte como un niño inmaduro, Ernust. Ophrys es tu amiga.
–Sí pero…
Ernust no supo que decir. Sabía que debía disculparse con Ophrys, después de todo ella no le había hecho nada. Pero no sentía ánimos de hacerlo en aquel momento, así que decidió esperar.
Cuando Ernust salió de clases, fue a esperar a Violeta en la entrada de la escuela. Mientras esperaba Ophrys pasó junto a él. Lo miró con unos ojos profundamente tristes, pero no le dijo nada, simplemente pasó de largo. Unos metros más adelante detuvo su paso, volteó, lo miró nuevamente, quería decir algo, pero se contuvo, volvió a dar media vuelta y se fue. Ernust no entendía que estaba pasando.
Al poco tiempo llegó Violeta, con su típica sonrisa. Lo abrazó y comenzó a hablar en un tono muy solemne.
–Ernust, no sé cómo, pero en poco tiempo llegaste a convertirte en mi mejor amigo… hoy me siento muy feliz, y quiero compartir esa felicidad contigo, sé que sólo tú vas a entender esto, porque sólo a ti te creo capaz de ello. Quiero presentarte a alguien, ven, acompáñame.
Ella lo guió de nuevo hacia adentro de la escuela. Fueron hacia los jardines. Se detuvieron justo en la banca dónde Ernust había dibujado el árbol con los ojos penetrantes de aquel extraño sueño. Ahí había un muchacho sentado, parecía esperarlos porque en cuanto llegaron se levantó. Violeta lo miró, luego volvió la vista hacia Ernust… sus ojos irradiaban una pasión vital, un enamoramiento, un deseo por la vida.
–Ernust, te presento a Peter, mi novio…
Se quedó despierto velando el sueño de su amada, hasta que vio que había llegado la hora para ir a la escuela. Despertó a Violeta con un tierno beso en los labios. Ella sonrió mientras abría lentamente los ojos. “Buenos días amor mío”. Cuanto placer experimentaba Ernust al escuchar su voz. Al ver sus ojos abiertos. Al sentirse parte de algo, parte de alguien. Él ya no era más Ernust. Ahora era un tanto porciento Ernust, el otro tanto Violeta. Él ya no podría estar jamás completo sin ella. Eso era lo que sentía. Eso era lo que sus ojos le decían a ella, y los de ella eran, igualmente, ojos de enamorada.
Estuvieron listos en poco tiempo, tomaron un desayuno ligero y se encaminaron a la escuela. Ahí, una vez más Violeta se despidió de él. “Te veo al rato, amor”, le dijo, le dio un abrazo y un beso, y se fue. Él sólo miró y se encaminó a su salón, con un bienestar y un deseo vital que jamás antes había experimentado.
Cuando se encontró con Ophrys, ésta lo primero que hizo fue preguntarle “¿Cómo estás?”
–De maravilla –respondió él.
–No me convences… es que, el asunto de Violeta…
–¿Qué pasa con ella? Es una chica maravillosa, y yo la amo.
–Ernust, no te lastimes de esa manera. No te hagas daño. Entiendo que ella sea tu amiga, es una linda y buena chica, pero ¿por qué crees que la amas? Más aún ¿qué te hace pensar que ella te ama a ti?
–¿Qué estás tratando de insinuar? –dijo él muy enojado. Iba a continuar con su discurso, pero prefirió no seguir la discusión sólo por el gran cariño que le tenía a su amiga. Aunque al no poder contenerse tampoco dio media vuelta y se fue. No volvió a hablarle a Ophrys durante el resto del día.
Más tarde, mientras cambiaba de salón para ir a otra clase, se encontró con Violeta. Ella lo saludó de lejos.
–Hola Ernust, disculpa por no llamarte ayer… –pero de inmediato se dio cuenta de su talante apesadumbrado, así que cambió el rumbo de la conversación– ¿qué te pasa? Te noto triste.
–Me enojé con Ophrys. Es que no me comprende. Pero, no te preocupes, me siento feliz, sé que tú sí me comprendes.
–¿Seguro que estás bien Ernust?
–Claro que sí, no te preocupes.
–Ahora sí podré hablar contigo sobre algo importante. Te veo a la salida ¿está bien?
–Claro…
Ernust iba a besarla, pero ella no le dio tiempo, sin más dio media vuelta y se fue. Ernust se sintió muy raro. ¿Qué le pasaba a Violeta? No lo sabía. Se sintió de pronto muy mal, por un lado no sabía que le pasaba a su amada, por otro lado su amiga estaba enojada, o más bien, él estaba enojado con su amiga.
En la siguiente clase encontró a Jazmín. Y le vino como anillo al dedo, pues encontró a la persona perfecta para desahogarse.
–Es que, no entiendo. Ophrys está como enojada, o no sé qué le pasa. Y Violeta, pues, está rara. Cuando va a casa se comporta muy cariñosa, muy atenta… pero en la escuela, parece otra, es como sí sintiera vergüenza de mí y no quisiera aceptar que soy su novio frente a sus amigos. Tal vez soy muy feo y por eso no quiere aceptarme… o tal vez… ¡ah!, no sé qué pasa.
–Ernust, eso no es normal. Una chica jamás se avergüenza de la persona que ama. Al menos yo te hablo desde mi experiencia personal. Yo hace ya bastante tiempo que no veo a Violeta, pero Ophrys va con ella en alguna clase, eso lo sabes, y tampoco se me hace normal que ella esté preocupada por ti y te pregunte “¿qué tienes?” nada más porque sí. Hay algo extraño en todo esto. Deberías hablar con ella.
–Tal vez tengas razón… pero no sé si ahora. La verdad es que no quiero dirigirle la palabra.
–Deja de comportarte como un niño inmaduro, Ernust. Ophrys es tu amiga.
–Sí pero…
Ernust no supo que decir. Sabía que debía disculparse con Ophrys, después de todo ella no le había hecho nada. Pero no sentía ánimos de hacerlo en aquel momento, así que decidió esperar.
Cuando Ernust salió de clases, fue a esperar a Violeta en la entrada de la escuela. Mientras esperaba Ophrys pasó junto a él. Lo miró con unos ojos profundamente tristes, pero no le dijo nada, simplemente pasó de largo. Unos metros más adelante detuvo su paso, volteó, lo miró nuevamente, quería decir algo, pero se contuvo, volvió a dar media vuelta y se fue. Ernust no entendía que estaba pasando.
Al poco tiempo llegó Violeta, con su típica sonrisa. Lo abrazó y comenzó a hablar en un tono muy solemne.
–Ernust, no sé cómo, pero en poco tiempo llegaste a convertirte en mi mejor amigo… hoy me siento muy feliz, y quiero compartir esa felicidad contigo, sé que sólo tú vas a entender esto, porque sólo a ti te creo capaz de ello. Quiero presentarte a alguien, ven, acompáñame.
Ella lo guió de nuevo hacia adentro de la escuela. Fueron hacia los jardines. Se detuvieron justo en la banca dónde Ernust había dibujado el árbol con los ojos penetrantes de aquel extraño sueño. Ahí había un muchacho sentado, parecía esperarlos porque en cuanto llegaron se levantó. Violeta lo miró, luego volvió la vista hacia Ernust… sus ojos irradiaban una pasión vital, un enamoramiento, un deseo por la vida.
–Ernust, te presento a Peter, mi novio…
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Esquizofrenia (5/10)
Ophrys se quedó atónita tras el relato de Ernust. Pero se sentía muy feliz por su amigo. Ambos se olvidaron de la clase. Ernust estaba tan emocionado y Ophrys tan contenta que a ninguno de los dos les importó perder una clase. Él hablaba entusiasmado, contó a Ophrys el extraño sueño, la súbita aparición de Violeta en la casa, sus sentimientos, su emoción, sus planes… era todo un mar de ideas y sentimientos.
–Ve más despacio, –le dijo Ophrys– no puedo entenderte nada. Pon en orden tu cabeza antes de comenzar el discurso.
–Lo siento, es que estoy tan emocionado… tan feliz.
Para Ernust el tiempo pasaba de manera muy lenta, contaba los segundos para poder estar nuevamente con Violeta. No prestaba atención a las clases. En lugar de ello, tomó una hoja de papel y comenzó a doblarla hasta que le dio forma de flor. Luego volvió a desdoblarla, la coloreó y volvió a darle forma. Pensó que sería un lindo detalle para Violeta. De hecho no pensaba en otra cosa que no fuera o estuviera relacionada con Violeta.
Al llegar la hora de la salida, Ernust salió del salón olvidando todo. Jazmín y Ophrys se quedaron un tanto contrariadas al percatarse de que su amigo ni siquiera se había acordado de decir adiós. Se miraron mutuamente y sonrieron.
Ernust se encontró con Violeta a la salida. Él la saludó desde lejos. Ella lo miró.
–¡Qué bueno que te encuentro, Ernust! –Le dijo– hay algo importante que quiero decirte. Me siento muy emocionada y feliz. Me gustaría mucho contártelo, pero ahora tengo un poco de prisa, debo irme, espero poder llamarte a tu casa al rato, si no te veo mañana, no tengo más tiempo por ahora. Te quiero mucho. Nos vemos.
Ella se fue sin decir más. Y él quedó triste y abatido. No entendía lo que estaba pasando. Había visto los ojos de Violeta mientras hablaba, ciertamente se veía feliz, su sonrisa se dibujaba más franca. A Ernust le pareció que su Violeta estaba experimentando exactamente lo mismo que él, ese renacer, ese contemplar el mundo cono ojos nuevos, con una mirada auténtica, ese amor por la vida. Se sintió feliz por ello, pero abatido porque no había entendido lo que pasaba. Sin embargo se fue a su casa para esperar la llamada de Violeta. Mientras caminaba no podía hacer más que pensar “¿qué será lo que quiere decirme?”
Llegó Ernust a su casa. No tardó mucho en sonar el teléfono. Ernust sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, le dolía su palpitar. Con la mano temblorosa descolgó el auricular. Pero fue grande su decepción al escuchar que era Ophrys y no Violeta quien llamaba. “¿Estás bien?” le preguntó su amiga “sabes que cuentas conmigo, no estás solo”. Ernust no entendía lo que le pasaba a su amiga. ¿Qué clase de pregunta era aquella?, ¿a qué venía todo esto? Ernust se limitó a responderle “estoy bien, gracias. Debo dejarte espero otra llamada” y terminó la llamada.
Pasó una hora y el teléfono no sonaba. Ernust se sentía ansioso, quería incluso ser él quien llamara. Se sentó junto al teléfono y no quería separarse de él, ahí sentado transcurrió mucho tiempo sin que él se moviera de lugar. De pronto se sobresaltó al escuchar el sonido de la puerta abriéndose. Violeta entró en la habitación y corriendo hacia Ernust le dio un gran abrazo un y un apasionado beso.
–Ah, sé que dije que te llamaría, pero preferí venir personalmente.
–En la tarde me asustaste ¿qué es eso tan importante que quieres decirme?
–Sólo… –con esa sonrisa que hacía que Ernust se volviera loco dibujada en los labios, continuó– solo quería decirte lo mucho que te quiero. Ernust, estoy enamorada de ti.
Los ojos de Ernust se llenaron de lágrimas. Estaba tan feliz que no podía dejar de llorar. Él había llorado muchas veces, pero jamás de alegría, por lo tanto era un sentimiento extraño el sentirse tan bien y sin embargo no poder contener las lágrimas.
Violeta lo abrazaba, lo besaba y le susurraba palabras al oído. Él respiraba el perfume de su piel, de su cabello. Miraba sus ojos, le parecían dos enormes luceros que irradiaban un haz con los colores que daban vida al mundo. Se sentía invadido por su aliento, sentía como lo respiraba y su amor se iba internando en lo más profundo de su ser. Estaba completamente perdido, extasiado.
Ella se quedó toda la tarde a lado de Ernust. Él la miraba, acariciaba su rostro, a ratos la abrazaba y se prendaba de ella, no quería soltarla, no quería sentirla ni un centímetro lejos. Entonces la abrazó, y ella hizo lo propio, ella lo apretó contra su pecho y él, inexplicablemente, comenzó a sentir un terrible miedo de la soledad. Hasta entonces había permanecido con los ojos cerrados, disfrutando del momento con todos los demás sentidos. Pero en ese momento, al abrir los ojos, encontró su pequeña casa demasiado grande, se le antojó demasiado sola, demasiado callada, demasiado tétrica. Sintió un miedo terrible de quedarse solo. Apretó un poco más a Violeta, lo suficiente como para que ella no pudiera soltarse, pero no tanto como para hacerle daño. Como si fuera un niño que teme a la oscuridad, que no quiere que su madre lo deje solo en su habitación. Afuera comenzaba ya a oscurecer. Ernust entendía que Violeta debía irse, pero no quería que eso pasara. Así, que sin más rodeos comenzó a hablar.
–Violeta… tengo miedo. No quiero que te vayas, no quiero sentirme solo. Esta estancia es tan fría, y tú… el calor de tu cuerpo, tu mirada… no quiero que te vayas. Parece que he vivido siglos en la soledad, y hoy que estás aquí, que te siento, que siento que eres la única persona en este mundo que me entiende, que me comprende, que me ama por quién soy, entonces no quiero volver a estar solo. Ahora que estás aquí parece como sí jamás hubiera estado yo solo, y no sé si pudiera acostumbrarme a la soledad. Pero hoy tengo miedo… hoy no quiero que te vayas. Sin embargo sé que tal vez te estoy pidiendo demasiado… te puedo acompañar a tu casa…
–Ernust… –dijo ella con una voz llena de compasión y de comprensión– ¿quién hablo de irse? Me quedaré contigo, toda la noche si es necesario. No tienes nada que temer.
Todo el miedo de Ernust se disipó con las palabras de Violeta. Ambos fueron a la habitación. Se acostaron sobre la cama. Violeta contempló su retrato y alabó la técnica del artista. Esa noche fue fría. Ambos se abrazaron. Ernust se acostó en el pecho de Violeta y se quedó profundamente dormido.
–Ve más despacio, –le dijo Ophrys– no puedo entenderte nada. Pon en orden tu cabeza antes de comenzar el discurso.
–Lo siento, es que estoy tan emocionado… tan feliz.
Para Ernust el tiempo pasaba de manera muy lenta, contaba los segundos para poder estar nuevamente con Violeta. No prestaba atención a las clases. En lugar de ello, tomó una hoja de papel y comenzó a doblarla hasta que le dio forma de flor. Luego volvió a desdoblarla, la coloreó y volvió a darle forma. Pensó que sería un lindo detalle para Violeta. De hecho no pensaba en otra cosa que no fuera o estuviera relacionada con Violeta.
Al llegar la hora de la salida, Ernust salió del salón olvidando todo. Jazmín y Ophrys se quedaron un tanto contrariadas al percatarse de que su amigo ni siquiera se había acordado de decir adiós. Se miraron mutuamente y sonrieron.
Ernust se encontró con Violeta a la salida. Él la saludó desde lejos. Ella lo miró.
–¡Qué bueno que te encuentro, Ernust! –Le dijo– hay algo importante que quiero decirte. Me siento muy emocionada y feliz. Me gustaría mucho contártelo, pero ahora tengo un poco de prisa, debo irme, espero poder llamarte a tu casa al rato, si no te veo mañana, no tengo más tiempo por ahora. Te quiero mucho. Nos vemos.
Ella se fue sin decir más. Y él quedó triste y abatido. No entendía lo que estaba pasando. Había visto los ojos de Violeta mientras hablaba, ciertamente se veía feliz, su sonrisa se dibujaba más franca. A Ernust le pareció que su Violeta estaba experimentando exactamente lo mismo que él, ese renacer, ese contemplar el mundo cono ojos nuevos, con una mirada auténtica, ese amor por la vida. Se sintió feliz por ello, pero abatido porque no había entendido lo que pasaba. Sin embargo se fue a su casa para esperar la llamada de Violeta. Mientras caminaba no podía hacer más que pensar “¿qué será lo que quiere decirme?”
Llegó Ernust a su casa. No tardó mucho en sonar el teléfono. Ernust sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, le dolía su palpitar. Con la mano temblorosa descolgó el auricular. Pero fue grande su decepción al escuchar que era Ophrys y no Violeta quien llamaba. “¿Estás bien?” le preguntó su amiga “sabes que cuentas conmigo, no estás solo”. Ernust no entendía lo que le pasaba a su amiga. ¿Qué clase de pregunta era aquella?, ¿a qué venía todo esto? Ernust se limitó a responderle “estoy bien, gracias. Debo dejarte espero otra llamada” y terminó la llamada.
Pasó una hora y el teléfono no sonaba. Ernust se sentía ansioso, quería incluso ser él quien llamara. Se sentó junto al teléfono y no quería separarse de él, ahí sentado transcurrió mucho tiempo sin que él se moviera de lugar. De pronto se sobresaltó al escuchar el sonido de la puerta abriéndose. Violeta entró en la habitación y corriendo hacia Ernust le dio un gran abrazo un y un apasionado beso.
–Ah, sé que dije que te llamaría, pero preferí venir personalmente.
–En la tarde me asustaste ¿qué es eso tan importante que quieres decirme?
–Sólo… –con esa sonrisa que hacía que Ernust se volviera loco dibujada en los labios, continuó– solo quería decirte lo mucho que te quiero. Ernust, estoy enamorada de ti.
Los ojos de Ernust se llenaron de lágrimas. Estaba tan feliz que no podía dejar de llorar. Él había llorado muchas veces, pero jamás de alegría, por lo tanto era un sentimiento extraño el sentirse tan bien y sin embargo no poder contener las lágrimas.
Violeta lo abrazaba, lo besaba y le susurraba palabras al oído. Él respiraba el perfume de su piel, de su cabello. Miraba sus ojos, le parecían dos enormes luceros que irradiaban un haz con los colores que daban vida al mundo. Se sentía invadido por su aliento, sentía como lo respiraba y su amor se iba internando en lo más profundo de su ser. Estaba completamente perdido, extasiado.
Ella se quedó toda la tarde a lado de Ernust. Él la miraba, acariciaba su rostro, a ratos la abrazaba y se prendaba de ella, no quería soltarla, no quería sentirla ni un centímetro lejos. Entonces la abrazó, y ella hizo lo propio, ella lo apretó contra su pecho y él, inexplicablemente, comenzó a sentir un terrible miedo de la soledad. Hasta entonces había permanecido con los ojos cerrados, disfrutando del momento con todos los demás sentidos. Pero en ese momento, al abrir los ojos, encontró su pequeña casa demasiado grande, se le antojó demasiado sola, demasiado callada, demasiado tétrica. Sintió un miedo terrible de quedarse solo. Apretó un poco más a Violeta, lo suficiente como para que ella no pudiera soltarse, pero no tanto como para hacerle daño. Como si fuera un niño que teme a la oscuridad, que no quiere que su madre lo deje solo en su habitación. Afuera comenzaba ya a oscurecer. Ernust entendía que Violeta debía irse, pero no quería que eso pasara. Así, que sin más rodeos comenzó a hablar.
–Violeta… tengo miedo. No quiero que te vayas, no quiero sentirme solo. Esta estancia es tan fría, y tú… el calor de tu cuerpo, tu mirada… no quiero que te vayas. Parece que he vivido siglos en la soledad, y hoy que estás aquí, que te siento, que siento que eres la única persona en este mundo que me entiende, que me comprende, que me ama por quién soy, entonces no quiero volver a estar solo. Ahora que estás aquí parece como sí jamás hubiera estado yo solo, y no sé si pudiera acostumbrarme a la soledad. Pero hoy tengo miedo… hoy no quiero que te vayas. Sin embargo sé que tal vez te estoy pidiendo demasiado… te puedo acompañar a tu casa…
–Ernust… –dijo ella con una voz llena de compasión y de comprensión– ¿quién hablo de irse? Me quedaré contigo, toda la noche si es necesario. No tienes nada que temer.
Todo el miedo de Ernust se disipó con las palabras de Violeta. Ambos fueron a la habitación. Se acostaron sobre la cama. Violeta contempló su retrato y alabó la técnica del artista. Esa noche fue fría. Ambos se abrazaron. Ernust se acostó en el pecho de Violeta y se quedó profundamente dormido.
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Esquizofrenia (4/10)
Una noche, Ernust se sentía nervioso, estaba demasiado feliz, demasiado eufórico como para poder dormir, así que se sentó tras el escritorio y comenzó un nuevo boceto del rostro de su querida Violeta. Trabajó durante toda la noche sin darse cuenta. La luz de la mañana lo regresó a la realidad. Tenía que ir a la escuela y no había dormido ni un poco. Miró su dibujo y se sintió satisfecho. No le importaba haber permanecido despierto, se sentía feliz. Le causaba cierta emoción saber que en unos instantes se encontraría con esa linda jovencita y entonces todas sus penas desaparecerían.
Llegó a la escuela a buena hora. Se encontró con su amiga Jazmín. Ella lo recibió con un fuerte abrazo. “Parece que estás perdiendo el suelo” le dijo. No añadió nada más aunque parecía querer decirle algo importante. Fueron a clases y el día transcurrió sin mayores novedades.
Al terminar las clases Ernust buscó a Violeta. Finalmente la encontró a la salida de la escuela. Él la saludó con cierta efusividad. Ah, cuanto bien le hacía al recién nacido Ernust el encontrarse con su joven amiga. Cuando estaba con ella experimentaba una cierta dicotomía, entre bienestar y nerviosismo, entre tranquilidad y agitación.
–Hola, oye… ¿te gustaría ir a tomar un café?– preguntó Ernust con su clásica forma de hablar entrecortada.
–Oh, lo lamento mucho Ernust, hoy no podré. Pero quizá en alguna otra ocasión.
–Está bien, no te preocupes.
Un tanto frustrado, pero ciertamente alegre, Ernust regresó a su casa. Era una oportunidad excelente para leer a su querido, pero olvidado desde hacía tiempo, Rimbaud. Comió algo rápidamente, luego fue a su escritorio y vio el dibujo de Violeta que había comenzado la noche anterior. Se olvidó entonces del poeta francés y pensó que el retrato que había hecho casi lograba alcanzar el objetivo que él buscaba. “Unos cuantos retoques y quedará listo” pensó, y se sentó a trabajar.
Transcurrieron varias horas hasta que por fin quedó completamente satisfecho con su trabajo. Lo había logrado, el retrato de Violeta era tan natural, tan real, que parecía estar vivo. Los ojos tenían una expresión de ternura y pureza, era como contemplar un manantial de aguas cristalinas en medio de un bosque virgen. Su sonrisa era la misma de la de un niño que jamás ha experimentado dolor o penas en la vida. Unos rasgos finos, una flor en el cabello, justo como el día que la había conocido.
Ernust no supo cuanto tiempo pasó, pero al terminar el retrato la noche ya iba bien avanzada en su curso. Él no sentía sueño, pese a tener ya una noche entera en vela. Contempló su dibujo una y otra vez. Le parecía como si el retrato pudiera verlo, como si aquellos ojos dibujados en el papel fueran auténticos. “Qué fácil es perderse en esos ojos…” y ciertamente lo era. Ernust se perdió en su dibujo, olvidándose de dormir. Lo contemplaba, y pensaba en que había creado una verdadera obra de arte. Quiso recordar entonces aquella clase de mitología, dónde había escuchado de un escultor griego que había rogado a la diosa Venus que le diera vida a su recién hecha escultura. Pero no pudo recordar más que eso, había olvidado todo el contexto, así que lo dejó por la paz. Llevó su dibujo a su habitación, lo colocó en la pared frente a la cama para poder contemplarlo.
Se quedó contemplando más y más tiempo su obra maestra, hasta que cayó presa del sueño. Entonces se vio acostado en su cama, se levantó y fue hacia el escritorio. Ahí todos sus bocetos de Violeta lo miraban con cierta curiosidad. Él los saludaba a todos y ellos reían con él. Jazmín entonces le tocaba el hombro y con una cálida sonrisa le decía “no pierdas el suelo” y luego se iba. Posteriormente Ophrys al otro lado del escritorio, mirando los retratos de violeta, caminaba hacia él, le tocaba el pecho y de ahí brotaban flores moradas que ella comenzaba a poner en los cabellos de los bocetos dibujados, los retratos sonreían y decían “gracias”. Ernust se sentía muy feliz, recordaba el retrato de su habitación, tomaba la flor más hermosa que había salido de su pecho y, dejando a Ophrys, se dirigía a su recamara. La Violeta de su cuarto lo miraba con una ternura indecible, y con una voz casi espectral, pero a la vez maravillosa le decía “gracias” mientras él colocaba la flor en su cabello. Ernust acarició la mejilla dibujada y sintió la calidez de la piel de Violeta. El retrato, con los ojos fijos en la mirada de Ernust le dijo “hora de ir a la escuela”. Ernust volvió a acostarse en la cama y vio como lentamente todo se iba desvaneciendo a su alrededor.
Ernust despertó asustado al sentir que alguien lo agitaba para despertarlo. Abrió los ojos repentinamente y se encontró con una mirada tierna. Era Violeta. Él al verla se tranquilizó un poco, pero después se sintió confundido. ¿Dónde estaba? ¿Había ido él a casa de Violeta? O ¿Violeta se había quedado en su casa? Por un instante recordó el sueño (¿había sido un sueño?) de los retratos parlantes y un escalofrío recorrió su espina dorsal, pero se tranquilizó al ver pendida de la pared su obra maestra. Violeta se había sentado en la orilla de la cama y con gesto burlón le decía “¿Ya te acabas de despertar? Es hora de ir a la escuela”.
–¿Qué estás haciendo aquí? –Preguntó Ernust muy extrañado– ¿Cómo entraste?
–Qué memoria tienes, tú me diste las llaves… y vine a traerte un café, como ayer no pude, pensé que te gustaría que desayunáramos juntos.
–Claro, es sólo que, me asustaste, quiero decir, me sorprendió verte aquí… es que.
–Ya, no digas más, mira, tu date un baño y arréglate, yo mientras tanto dispondré la mesa.
Ernust obedeció. Se levantó de la cama y se dispuso a tomar un baño. No sabía la hora, aun estaba oscuro. Se aseó rápidamente, pues no quería dejar esperando mucho tiempo a Violeta. Se vistió y fue a la pequeña habitación que hacía las veces de sala y comedor. Ahí estaba ella esperándolo pacientemente. En la mesa había un par de tazas que dejaban salir vapor debido al líquido caliente que contenían. Ernust se sentó junto a Violeta. Ella lo miró, tomó su rostro con las dos manos, se acercó y le dio un beso en los labios, luego sonriendo le dijo “no seas tan tímido, no te traerá nada bueno” y comenzó a tomar su café.
–No lo entiendo… –dijo Ernust.
–No hay nada que entender, yo sé que me quieres, Ernust, y yo te quiero a ti. Eso es lo único que hay que saber… ahora, a desayunar.
Comieron un pan junto con el café, Ernust se sentía contrariado, pero muy feliz. Terminando el desayuno Violeta tomó su mochila y ambos se dirigieron a la escuela. Ernust sostuvo la mano de Violeta todo el camino, se sentía extasiado. Al llegar a la puerta de la escuela Violeta se detuvo, lo abrazó fuertemente. Él olía sus cabellos perfumados, sentía su calor, sólo entonces se dio cuenta de que la mañana era fría. Ella volvió a besarlo, luego le dijo “aquí nos separamos, yo voy a otro salón, nos vemos al rato, querido” dio media vuelta y se fue. Él miró como se alejaba, y cuando se perdió de su vista comenzó a caminar a su salón.
En el pasillo encontró a Ophrys, ella lo miró con una mirada curiosa.
–No me lo digas, has tenido otra pesadilla…
Ernust sonrió con la sonrisa de un niño.
–No vas a creer lo que paso…
Llegó a la escuela a buena hora. Se encontró con su amiga Jazmín. Ella lo recibió con un fuerte abrazo. “Parece que estás perdiendo el suelo” le dijo. No añadió nada más aunque parecía querer decirle algo importante. Fueron a clases y el día transcurrió sin mayores novedades.
Al terminar las clases Ernust buscó a Violeta. Finalmente la encontró a la salida de la escuela. Él la saludó con cierta efusividad. Ah, cuanto bien le hacía al recién nacido Ernust el encontrarse con su joven amiga. Cuando estaba con ella experimentaba una cierta dicotomía, entre bienestar y nerviosismo, entre tranquilidad y agitación.
–Hola, oye… ¿te gustaría ir a tomar un café?– preguntó Ernust con su clásica forma de hablar entrecortada.
–Oh, lo lamento mucho Ernust, hoy no podré. Pero quizá en alguna otra ocasión.
–Está bien, no te preocupes.
Un tanto frustrado, pero ciertamente alegre, Ernust regresó a su casa. Era una oportunidad excelente para leer a su querido, pero olvidado desde hacía tiempo, Rimbaud. Comió algo rápidamente, luego fue a su escritorio y vio el dibujo de Violeta que había comenzado la noche anterior. Se olvidó entonces del poeta francés y pensó que el retrato que había hecho casi lograba alcanzar el objetivo que él buscaba. “Unos cuantos retoques y quedará listo” pensó, y se sentó a trabajar.
Transcurrieron varias horas hasta que por fin quedó completamente satisfecho con su trabajo. Lo había logrado, el retrato de Violeta era tan natural, tan real, que parecía estar vivo. Los ojos tenían una expresión de ternura y pureza, era como contemplar un manantial de aguas cristalinas en medio de un bosque virgen. Su sonrisa era la misma de la de un niño que jamás ha experimentado dolor o penas en la vida. Unos rasgos finos, una flor en el cabello, justo como el día que la había conocido.
Ernust no supo cuanto tiempo pasó, pero al terminar el retrato la noche ya iba bien avanzada en su curso. Él no sentía sueño, pese a tener ya una noche entera en vela. Contempló su dibujo una y otra vez. Le parecía como si el retrato pudiera verlo, como si aquellos ojos dibujados en el papel fueran auténticos. “Qué fácil es perderse en esos ojos…” y ciertamente lo era. Ernust se perdió en su dibujo, olvidándose de dormir. Lo contemplaba, y pensaba en que había creado una verdadera obra de arte. Quiso recordar entonces aquella clase de mitología, dónde había escuchado de un escultor griego que había rogado a la diosa Venus que le diera vida a su recién hecha escultura. Pero no pudo recordar más que eso, había olvidado todo el contexto, así que lo dejó por la paz. Llevó su dibujo a su habitación, lo colocó en la pared frente a la cama para poder contemplarlo.
Se quedó contemplando más y más tiempo su obra maestra, hasta que cayó presa del sueño. Entonces se vio acostado en su cama, se levantó y fue hacia el escritorio. Ahí todos sus bocetos de Violeta lo miraban con cierta curiosidad. Él los saludaba a todos y ellos reían con él. Jazmín entonces le tocaba el hombro y con una cálida sonrisa le decía “no pierdas el suelo” y luego se iba. Posteriormente Ophrys al otro lado del escritorio, mirando los retratos de violeta, caminaba hacia él, le tocaba el pecho y de ahí brotaban flores moradas que ella comenzaba a poner en los cabellos de los bocetos dibujados, los retratos sonreían y decían “gracias”. Ernust se sentía muy feliz, recordaba el retrato de su habitación, tomaba la flor más hermosa que había salido de su pecho y, dejando a Ophrys, se dirigía a su recamara. La Violeta de su cuarto lo miraba con una ternura indecible, y con una voz casi espectral, pero a la vez maravillosa le decía “gracias” mientras él colocaba la flor en su cabello. Ernust acarició la mejilla dibujada y sintió la calidez de la piel de Violeta. El retrato, con los ojos fijos en la mirada de Ernust le dijo “hora de ir a la escuela”. Ernust volvió a acostarse en la cama y vio como lentamente todo se iba desvaneciendo a su alrededor.
Ernust despertó asustado al sentir que alguien lo agitaba para despertarlo. Abrió los ojos repentinamente y se encontró con una mirada tierna. Era Violeta. Él al verla se tranquilizó un poco, pero después se sintió confundido. ¿Dónde estaba? ¿Había ido él a casa de Violeta? O ¿Violeta se había quedado en su casa? Por un instante recordó el sueño (¿había sido un sueño?) de los retratos parlantes y un escalofrío recorrió su espina dorsal, pero se tranquilizó al ver pendida de la pared su obra maestra. Violeta se había sentado en la orilla de la cama y con gesto burlón le decía “¿Ya te acabas de despertar? Es hora de ir a la escuela”.
–¿Qué estás haciendo aquí? –Preguntó Ernust muy extrañado– ¿Cómo entraste?
–Qué memoria tienes, tú me diste las llaves… y vine a traerte un café, como ayer no pude, pensé que te gustaría que desayunáramos juntos.
–Claro, es sólo que, me asustaste, quiero decir, me sorprendió verte aquí… es que.
–Ya, no digas más, mira, tu date un baño y arréglate, yo mientras tanto dispondré la mesa.
Ernust obedeció. Se levantó de la cama y se dispuso a tomar un baño. No sabía la hora, aun estaba oscuro. Se aseó rápidamente, pues no quería dejar esperando mucho tiempo a Violeta. Se vistió y fue a la pequeña habitación que hacía las veces de sala y comedor. Ahí estaba ella esperándolo pacientemente. En la mesa había un par de tazas que dejaban salir vapor debido al líquido caliente que contenían. Ernust se sentó junto a Violeta. Ella lo miró, tomó su rostro con las dos manos, se acercó y le dio un beso en los labios, luego sonriendo le dijo “no seas tan tímido, no te traerá nada bueno” y comenzó a tomar su café.
–No lo entiendo… –dijo Ernust.
–No hay nada que entender, yo sé que me quieres, Ernust, y yo te quiero a ti. Eso es lo único que hay que saber… ahora, a desayunar.
Comieron un pan junto con el café, Ernust se sentía contrariado, pero muy feliz. Terminando el desayuno Violeta tomó su mochila y ambos se dirigieron a la escuela. Ernust sostuvo la mano de Violeta todo el camino, se sentía extasiado. Al llegar a la puerta de la escuela Violeta se detuvo, lo abrazó fuertemente. Él olía sus cabellos perfumados, sentía su calor, sólo entonces se dio cuenta de que la mañana era fría. Ella volvió a besarlo, luego le dijo “aquí nos separamos, yo voy a otro salón, nos vemos al rato, querido” dio media vuelta y se fue. Él miró como se alejaba, y cuando se perdió de su vista comenzó a caminar a su salón.
En el pasillo encontró a Ophrys, ella lo miró con una mirada curiosa.
–No me lo digas, has tenido otra pesadilla…
Ernust sonrió con la sonrisa de un niño.
–No vas a creer lo que paso…
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Esquizofrenia (3/10)
En los días siguientes la amistad de Ernust y Violeta fue creciendo de manera rápida y franca. Las noches de él se hicieron más cortas, su sueño comenzó a transcurrir de manera tranquila y apacible. Despertaba con una sonrisa que no se le borraba en todo el día. En su cuaderno de dibujos tenía varios bocetos que intentaban ser un retrato de Violeta, pero él jamás quedaba del todo convencido. Quería captar su mirada inocente y tierna y su sonrisa tan congruente con toda ella, pero sentía que no lo lograba, por ello llenó su cuaderno con muchos intentos de captar a Violeta justo como él la veía.
Ophrys y Jazmín se mostraban pacientes con él, y no pasó mucho tiempo para que conocieran a la famosa Violeta. Ernust hablaba mucho con sus dos amigas sobre ella, les mostraba sus bocetos, les contaba sus sueños. Ellas estaban contentas de ver que su amigo estaba logrando salir de la depresión.
Ernust se convirtió en el confidente de Violeta. Y fue tanto el cariño que sintió hacia ella que había ciertas cuestiones de su vida que no le confiaba a nadie más que a ella. Así, una tarde la lluvia comenzó a caer y Ernust contemplaba como las gotas saltaban alegremente en los charcos que se formaban en el piso de la escuela. Por alguna extraña razón sintió su alma oprimida por un gran peso. Violeta llegó a su lado, él la miró. Le dijo “me siento solo”. Ella lo abrazó y Ernust lloró amargamente durante largo rato. Violeta no dijo nada pero apremiaba a Ernust con la mirada para que hablara sobre su penosa situación. Él la miró a los ojos, y le contó las penas que le oprimían, y mientras hablaba sentía como la mirada de ella iba purificando su alma. Ernust grabó esa mirada en lo más profundo de su mente, como cuando un escultor graba en la piedra la figura de su amada y esa piedra queda marcada de por vida.
Desde aquella tarde Violeta llenaba todos los espacios vacíos que había en la vida de Ernust. Él se sentía más fuerte, más tranquilo, como si hubiera estado enfermo mucho tiempo y ahora estuviera totalmente transformado. Aquellas lágrimas habían sido como un renacer, un retorno a lo esencial que ahora le permitía abrir los ojos y contemplar la luz que durante tanto tiempo había estado velada. El mundo retomaba el color que había perdido, los ojos de Ernust se estaban abriendo por primera vez a la vida, y él contemplaba maravillado que el mundo era hermoso. Ahora contemplaba las flores, los árboles, los niños que corrían, todas esas cosas que antes estaban ahí, pero que jamás había podido contemplar en su totalidad. La pared de un viejo edificio, el pavimento levantado por el peso de los automóviles, las luces de los semáforos, era como si la ciudad apareciera por primera vez a la vista de un pueblerino. Al menos así lo sentía Ernust.
Ophrys y Jazmín se mostraban pacientes con él, y no pasó mucho tiempo para que conocieran a la famosa Violeta. Ernust hablaba mucho con sus dos amigas sobre ella, les mostraba sus bocetos, les contaba sus sueños. Ellas estaban contentas de ver que su amigo estaba logrando salir de la depresión.
Ernust se convirtió en el confidente de Violeta. Y fue tanto el cariño que sintió hacia ella que había ciertas cuestiones de su vida que no le confiaba a nadie más que a ella. Así, una tarde la lluvia comenzó a caer y Ernust contemplaba como las gotas saltaban alegremente en los charcos que se formaban en el piso de la escuela. Por alguna extraña razón sintió su alma oprimida por un gran peso. Violeta llegó a su lado, él la miró. Le dijo “me siento solo”. Ella lo abrazó y Ernust lloró amargamente durante largo rato. Violeta no dijo nada pero apremiaba a Ernust con la mirada para que hablara sobre su penosa situación. Él la miró a los ojos, y le contó las penas que le oprimían, y mientras hablaba sentía como la mirada de ella iba purificando su alma. Ernust grabó esa mirada en lo más profundo de su mente, como cuando un escultor graba en la piedra la figura de su amada y esa piedra queda marcada de por vida.
Desde aquella tarde Violeta llenaba todos los espacios vacíos que había en la vida de Ernust. Él se sentía más fuerte, más tranquilo, como si hubiera estado enfermo mucho tiempo y ahora estuviera totalmente transformado. Aquellas lágrimas habían sido como un renacer, un retorno a lo esencial que ahora le permitía abrir los ojos y contemplar la luz que durante tanto tiempo había estado velada. El mundo retomaba el color que había perdido, los ojos de Ernust se estaban abriendo por primera vez a la vida, y él contemplaba maravillado que el mundo era hermoso. Ahora contemplaba las flores, los árboles, los niños que corrían, todas esas cosas que antes estaban ahí, pero que jamás había podido contemplar en su totalidad. La pared de un viejo edificio, el pavimento levantado por el peso de los automóviles, las luces de los semáforos, era como si la ciudad apareciera por primera vez a la vista de un pueblerino. Al menos así lo sentía Ernust.
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Esquizofrenia (2/10)
Ernust estuvo veinte minutos en clase. Estaba tan distraído que no podía percatarse si la clase era de física o de historia. Salió del salón dejando su mochila encargada a Jazmín. Regresó a los jardines.
Al llegar encontró ahí a una muchacha que se había inclinado a recoger una flor morada que crecía al ras de suelo. Ernust la miró, vio cada uno de sus movimientos. Cuando ella se percató de que no estaba sola volteó la cabeza y se encontró con la mirada escrutadora de él. Ernust se sonrojó y bajó la vista al piso un momento tratando de disimular. Volvió a levantar la vista y se encontró con los ojos de ella. Tenía una mirada tierna y una sonrisa franca dibujada en los labios. Tenía la flor que acababa de levantar en su mano derecha, mientras que con la izquierda se quitaba los cabellos de la cara. Él volvió a sonrojarse.
–Hola, ¿qué estás haciendo por aquí en hora de clase? –le preguntó ella.
–Nada en realidad, –respondió– sólo intento... olvídalo, no importa. Veo que recoges flores.
–Sí, una morada para adornar mi cabello. Creo que va conmigo.
–Se te ve linda –dijo Ernust sin pensarlo. Al darse cuenta de sus propias palabras se puso muy nervioso, se dio cuenta de que se sonrojaba y se sintió estúpido– quiero decir... no se... te va...
–Me llamo Violeta ¿y tú?
–Soy Ernust.
–Bueno Ernust –dijo ella con otra gran sonrisa dibujada en sus labios. Sus ojos claros y transparentes dieron a Ernust una tranquilidad que no había sentido en varios meses– ya que no estás en clase ¿te gustaría dar un paseo?
–Claro.
Comenzaron a caminar juntos. Violeta tomó el brazo de Ernust y éste sintió una gran seguridad. Anduvieron largo rato. Ella hablaba de muchas cosas. Él escuchaba atentamente cada una de sus palabras. Finalmente llegaron a un pasillo y Violeta se despidió de Ernust con un beso en la mejilla. “Fue un placer” le dijo “pero ahora debo volver a mi salón. Espero verte pronto de nuevo”
Ernust vio como se alejaba lentamente por el pasillo, hasta que entró en un aula. Él volvió a su propio salón por su mochila. Ahí lo esperaban Jazmín y Ophrys. Cuando él llegó dónde ellas estaban, ambas lo miraron con curiosidad y al unísono dijeron “conociste a una chica”. Los tres rieron. Jazmín entregó su mochila a Ernust y luego todos se encaminaron a otro salón.
Al llegar encontró ahí a una muchacha que se había inclinado a recoger una flor morada que crecía al ras de suelo. Ernust la miró, vio cada uno de sus movimientos. Cuando ella se percató de que no estaba sola volteó la cabeza y se encontró con la mirada escrutadora de él. Ernust se sonrojó y bajó la vista al piso un momento tratando de disimular. Volvió a levantar la vista y se encontró con los ojos de ella. Tenía una mirada tierna y una sonrisa franca dibujada en los labios. Tenía la flor que acababa de levantar en su mano derecha, mientras que con la izquierda se quitaba los cabellos de la cara. Él volvió a sonrojarse.
–Hola, ¿qué estás haciendo por aquí en hora de clase? –le preguntó ella.
–Nada en realidad, –respondió– sólo intento... olvídalo, no importa. Veo que recoges flores.
–Sí, una morada para adornar mi cabello. Creo que va conmigo.
–Se te ve linda –dijo Ernust sin pensarlo. Al darse cuenta de sus propias palabras se puso muy nervioso, se dio cuenta de que se sonrojaba y se sintió estúpido– quiero decir... no se... te va...
–Me llamo Violeta ¿y tú?
–Soy Ernust.
–Bueno Ernust –dijo ella con otra gran sonrisa dibujada en sus labios. Sus ojos claros y transparentes dieron a Ernust una tranquilidad que no había sentido en varios meses– ya que no estás en clase ¿te gustaría dar un paseo?
–Claro.
Comenzaron a caminar juntos. Violeta tomó el brazo de Ernust y éste sintió una gran seguridad. Anduvieron largo rato. Ella hablaba de muchas cosas. Él escuchaba atentamente cada una de sus palabras. Finalmente llegaron a un pasillo y Violeta se despidió de Ernust con un beso en la mejilla. “Fue un placer” le dijo “pero ahora debo volver a mi salón. Espero verte pronto de nuevo”
Ernust vio como se alejaba lentamente por el pasillo, hasta que entró en un aula. Él volvió a su propio salón por su mochila. Ahí lo esperaban Jazmín y Ophrys. Cuando él llegó dónde ellas estaban, ambas lo miraron con curiosidad y al unísono dijeron “conociste a una chica”. Los tres rieron. Jazmín entregó su mochila a Ernust y luego todos se encaminaron a otro salón.
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Esquizofrenia (1/10)
Después de un sueño pesado e intranquilo Ernust se incorporó en la cama con un solo movimiento. Su frente estaba perlada por un sudor frío, su respiración era agitada, las palpitaciones de su corazón eran tan fuertes que le hacían daño. Se quedó sentado unos segundos tratando infructuosamente de escrutar su habitación en la oscuridad. Se sentía mareado y no sabía dónde estaba. Pasó varias veces sus delgados dedos entre sus cabellos lacios. Poco a poco el sueño quedó atrás y Ernust pudo ubicarse en tiempo y espacio. Volvió a recostarse y trató de recordar su tétrica pesadilla, pero todo fue en vano, lo había olvidado. Comenzó a sentir un miedo inexplicable. Tanto silencio, tanta oscuridad lo pusieron alerta. Encendió la luz eléctrica, miró su reloj, casi era hora de levantarse para ir a la escuela.
Mientras se duchaba intentó nuevamente reconstruir su sueño pero todo era inútil. Sólo llegaban a su cabeza imágenes aisladas que no era capaz de ordenar. No se sentía del todo tranquilo, pero era incapaz de recordar por qué su pesadilla lo había trastornando tanto.
De mala gana tomó un poco de leche, estuvo dando vueltas al cereal con la cuchara, no quería comer. Encendió el radio un momento, el silencio lo estaba volviendo loco. Hacía algunos meses que se había mudado a un departamento al centro de la ciudad, vivía solo y la soledad le pesaba. Se sentó en el piso, escuchaba una pieza de Mozart, cerró los ojos por un momento. No estaba dormido, pero dejaba que lentamente los acordes del Réquiem lo fueran llevando. En su letargo llegó una imagen a su cabeza: unos ojos terribles, una mirada penetrante, como un fuego que quema el interior. Abrió los ojos, miró nuevamente su reloj, apagó el radio, tomó su mochila y salió de su casa cerrando con llave la puerta tras de sí.
Caminó hasta la escuela, normalmente bastaban unos veinte minutos para alcanzar su objetivo, sin embargo, aquella mañana caminaba sin ganas, estaba distraído, intentaba encontrar por qué aquel sueño lo había despertado de esa manera tan abrupta, pero por más que trataba de recordar, sólo lograba evocar en la memoria la imagen de los ojos con la mirada de fuego. Tardó casi media hora en llegar a la universidad. El retraso y la mente distraída tratando de alcanzar los rincones más oscuros del inconsciente le persuadieron de que lo mejor sería no entrar a la primera clase. Llegó hasta la puerta de su salón, dio media vuelta y caminó hacia los jardines.
Ernust había cambiado mucho desde que salió de la casa de sus padres y comenzó a vivir solo. La pesadilla de la noche anterior era sólo una muestra de algo que le ocurría con frecuencia, pero sólo en contadas ocasiones lograba recordar lo que había soñado. La desesperación y la soledad lo iban sumiendo poco a poco en una depresión que él mismo no lograba explicarse. Raras veces salía con sus amigos, que eran en verdad muy contados, generalmente se la pasaba largas horas en la biblioteca de la escuela leyendo libros de todo tipo. Ya casi no se le veía sonreír, aunque jamás lo habían visto llorando. Su raquítica condición daba la impresión de una persona anémica. Últimamente estaba tan concentrado en sus estudios que raras veces se le veía conversar con otro ser humano.
Llegó a los jardines de la escuela, se sentó en una banca de concreto que estaba fría por el fresco de la mañana. El sol había salido sin que Ernust se diera cuenta de ello. Puso la cabeza entre sus manos e intento una y otra vez recordar su pesadilla. Al ver que no lo lograría, se quedó sentado viendo hacia un árbol cercano. Miraba como un par de ardillas jugaban alegremente en una rama de aquel frondoso árbol. Sacó una hoja de papel, dibujó aquel árbol y escribió “mirada de fuego”. Guardó el papel en su mochila, sacó su reproductor portátil de música y escuchó algunas melodías.
Luego de un rato llegó al mismo lugar su amiga Ophrys. Lo saludó con una sonrisa y se sentó a su lado. Sin decir palabra alguna Ernust sacó el dibujo del árbol de su mochila y se lo mostró a la recién llegada. Ella lo miró un momento, luego se lo devolvió. Se paró frente a él, tomó aire como si estuviera a punto de decir algo. Se acercó a Ernust, le dio un abrazo largo y fuerte y se alejó de ahí.
Ernust apagó su reproductor de música, tomó su mochila y comenzó a caminar sin rumbo dentro de la universidad. Un pasillo tras otro. No miraba a ningún punto en específico. La gente entraba y salía de sus salones, pero él no prestaba el menor interés en lo que sucedía a su alrededor. De pronto alguien le tocó el hombro, lo que lo sacó de su ensimismamiento. Era Jazmín. Ella lo vio, le dirigió una sonrisa, luego cambió su expresión a una cara más severa.
–Otra pesadilla ¿verdad? –Preguntó con un tono inquisitivo.
–Así es –Se limitó a responder él.
–Creo que deberías visitar al psicólogo –Dijo ella. Ernust en ese momento sacó su dibujo del árbol. Jazmín lo miró y leyó en voz alta para sí misma “mirada de fuego”. Posteriormente se dirigió a él– ¿ya se lo has mostrado a Ophrys?
Ernust asintió con la cabeza. Ella repitió su consejo sobre el psicólogo y ambos caminaron juntos hacia un salón. Entraron, se sentaron y esperaron a que llegara el maestro.
Mientras se duchaba intentó nuevamente reconstruir su sueño pero todo era inútil. Sólo llegaban a su cabeza imágenes aisladas que no era capaz de ordenar. No se sentía del todo tranquilo, pero era incapaz de recordar por qué su pesadilla lo había trastornando tanto.
De mala gana tomó un poco de leche, estuvo dando vueltas al cereal con la cuchara, no quería comer. Encendió el radio un momento, el silencio lo estaba volviendo loco. Hacía algunos meses que se había mudado a un departamento al centro de la ciudad, vivía solo y la soledad le pesaba. Se sentó en el piso, escuchaba una pieza de Mozart, cerró los ojos por un momento. No estaba dormido, pero dejaba que lentamente los acordes del Réquiem lo fueran llevando. En su letargo llegó una imagen a su cabeza: unos ojos terribles, una mirada penetrante, como un fuego que quema el interior. Abrió los ojos, miró nuevamente su reloj, apagó el radio, tomó su mochila y salió de su casa cerrando con llave la puerta tras de sí.
Caminó hasta la escuela, normalmente bastaban unos veinte minutos para alcanzar su objetivo, sin embargo, aquella mañana caminaba sin ganas, estaba distraído, intentaba encontrar por qué aquel sueño lo había despertado de esa manera tan abrupta, pero por más que trataba de recordar, sólo lograba evocar en la memoria la imagen de los ojos con la mirada de fuego. Tardó casi media hora en llegar a la universidad. El retraso y la mente distraída tratando de alcanzar los rincones más oscuros del inconsciente le persuadieron de que lo mejor sería no entrar a la primera clase. Llegó hasta la puerta de su salón, dio media vuelta y caminó hacia los jardines.
Ernust había cambiado mucho desde que salió de la casa de sus padres y comenzó a vivir solo. La pesadilla de la noche anterior era sólo una muestra de algo que le ocurría con frecuencia, pero sólo en contadas ocasiones lograba recordar lo que había soñado. La desesperación y la soledad lo iban sumiendo poco a poco en una depresión que él mismo no lograba explicarse. Raras veces salía con sus amigos, que eran en verdad muy contados, generalmente se la pasaba largas horas en la biblioteca de la escuela leyendo libros de todo tipo. Ya casi no se le veía sonreír, aunque jamás lo habían visto llorando. Su raquítica condición daba la impresión de una persona anémica. Últimamente estaba tan concentrado en sus estudios que raras veces se le veía conversar con otro ser humano.
Llegó a los jardines de la escuela, se sentó en una banca de concreto que estaba fría por el fresco de la mañana. El sol había salido sin que Ernust se diera cuenta de ello. Puso la cabeza entre sus manos e intento una y otra vez recordar su pesadilla. Al ver que no lo lograría, se quedó sentado viendo hacia un árbol cercano. Miraba como un par de ardillas jugaban alegremente en una rama de aquel frondoso árbol. Sacó una hoja de papel, dibujó aquel árbol y escribió “mirada de fuego”. Guardó el papel en su mochila, sacó su reproductor portátil de música y escuchó algunas melodías.
Luego de un rato llegó al mismo lugar su amiga Ophrys. Lo saludó con una sonrisa y se sentó a su lado. Sin decir palabra alguna Ernust sacó el dibujo del árbol de su mochila y se lo mostró a la recién llegada. Ella lo miró un momento, luego se lo devolvió. Se paró frente a él, tomó aire como si estuviera a punto de decir algo. Se acercó a Ernust, le dio un abrazo largo y fuerte y se alejó de ahí.
Ernust apagó su reproductor de música, tomó su mochila y comenzó a caminar sin rumbo dentro de la universidad. Un pasillo tras otro. No miraba a ningún punto en específico. La gente entraba y salía de sus salones, pero él no prestaba el menor interés en lo que sucedía a su alrededor. De pronto alguien le tocó el hombro, lo que lo sacó de su ensimismamiento. Era Jazmín. Ella lo vio, le dirigió una sonrisa, luego cambió su expresión a una cara más severa.
–Otra pesadilla ¿verdad? –Preguntó con un tono inquisitivo.
–Así es –Se limitó a responder él.
–Creo que deberías visitar al psicólogo –Dijo ella. Ernust en ese momento sacó su dibujo del árbol. Jazmín lo miró y leyó en voz alta para sí misma “mirada de fuego”. Posteriormente se dirigió a él– ¿ya se lo has mostrado a Ophrys?
Ernust asintió con la cabeza. Ella repitió su consejo sobre el psicólogo y ambos caminaron juntos hacia un salón. Entraron, se sentaron y esperaron a que llegara el maestro.
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lunes, 19 de septiembre de 2011
El aplastante peso del ocaso
Salió por la puerta principal y se dirigió a su vehículo. Con una enorme sonrisa en los labios ocultó sus lágrimas tras un prolongado abrazo porque “los chicos no lloran”. Sin palabras para que su voz no se escuchara entrecortada… No había en realidad nada más que decir, tal vez esas palabras que él mismo había propuesto callar y nada más. Pero no dijo nada, sólo enjugó sus lágrimas con toda la fuerza de su corazón y subió a su automóvil dispuesto a emprender su viaje.
Su camino de regreso era muy diferente al camino de venida. El primer viaje estaba lleno de confusión, casi miedo. Realmente no sabía a dónde iba, no sabía que iba a encontrar. El miedo a lo desconocido oprimía su alma de una forma inenarrable. En cambio su regreso era un camino ya conocido, sólo que ahora luchaba por romper una banda elástica que lo mantenía unido a ese lugar. No es que quisiera romperla realmente, es que debía hacerlo, y así lo hizo.
Partió ya de tarde, cuando el sol había recorrido ya la mayor parte de su carrera. Y mientras más se alejaba de aquel lugar la luz lo iba abandonando poco a poco. Que difícil fue para él pronunciar unas palabras tan estoicas, aquellas palabras que lo ataban inevitablemente a lo que debía ser y no a lo que él quería. Y mientras el sol se perdía en el horizonte, el sentía que debía cargar con todo el peso del astro para evitar que terminara de caer.
Luego simplemente se quedó a solas en la oscuridad… lo peor apenas iba a comenzar.
Su camino de regreso era muy diferente al camino de venida. El primer viaje estaba lleno de confusión, casi miedo. Realmente no sabía a dónde iba, no sabía que iba a encontrar. El miedo a lo desconocido oprimía su alma de una forma inenarrable. En cambio su regreso era un camino ya conocido, sólo que ahora luchaba por romper una banda elástica que lo mantenía unido a ese lugar. No es que quisiera romperla realmente, es que debía hacerlo, y así lo hizo.
Partió ya de tarde, cuando el sol había recorrido ya la mayor parte de su carrera. Y mientras más se alejaba de aquel lugar la luz lo iba abandonando poco a poco. Que difícil fue para él pronunciar unas palabras tan estoicas, aquellas palabras que lo ataban inevitablemente a lo que debía ser y no a lo que él quería. Y mientras el sol se perdía en el horizonte, el sentía que debía cargar con todo el peso del astro para evitar que terminara de caer.
Luego simplemente se quedó a solas en la oscuridad… lo peor apenas iba a comenzar.
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martes, 2 de agosto de 2011
Al compás
"¡Vamos a bailar!"
"Pero, si tú no bailas." Me dijo mientras me dirigía una sonrisa y una me lanzaba una mirada de asombro.
"Ya lo sé. Y tampoco ignoro que a ti tampoco te gusta. Es sólo que pensé que tal vez podríamos bailar esta noche."
Ella me miró con curiosidad durante un rato. Luego agregó: "¿Y por qué querríamos hacer algo así? Bien sabes que no me gusta la música para bailar, además de que ni sé ni quiero aprender, ya te he dicho lo que pienso sobre eso"
"Y por ello fue que me fijé en ti, no creas que lo olvido" le respondí. "Pero lo que te estoy proponiendo no es ir a bailar música común a un lugar común lleno de gente común."
"¿Qué tienes en mente?" me preguntó. "¿Uno de esos lugares extraños donde la gente se siente intelectual y creen que bailan de forma distinta? Finalmente se termina sempre en lo mismo..."
"Lo sé, lo sé, pero escúchame. No te propongo ir a ningun lugar, no te propongo ningún tipo de música. Yo quiero bailar contigo al compás del universo. Acompañados sólo por planetas, soles y cometas. En ese lugar donde ningún instrumento es capaz de producir sonido, porque no se necesita música, ni pista, ni nada más que tú y yo."
No dijimos nada más, ella simplemente tomó mi mano y fuimos a bailar.
"Pero, si tú no bailas." Me dijo mientras me dirigía una sonrisa y una me lanzaba una mirada de asombro.
"Ya lo sé. Y tampoco ignoro que a ti tampoco te gusta. Es sólo que pensé que tal vez podríamos bailar esta noche."
Ella me miró con curiosidad durante un rato. Luego agregó: "¿Y por qué querríamos hacer algo así? Bien sabes que no me gusta la música para bailar, además de que ni sé ni quiero aprender, ya te he dicho lo que pienso sobre eso"
"Y por ello fue que me fijé en ti, no creas que lo olvido" le respondí. "Pero lo que te estoy proponiendo no es ir a bailar música común a un lugar común lleno de gente común."
"¿Qué tienes en mente?" me preguntó. "¿Uno de esos lugares extraños donde la gente se siente intelectual y creen que bailan de forma distinta? Finalmente se termina sempre en lo mismo..."
"Lo sé, lo sé, pero escúchame. No te propongo ir a ningun lugar, no te propongo ningún tipo de música. Yo quiero bailar contigo al compás del universo. Acompañados sólo por planetas, soles y cometas. En ese lugar donde ningún instrumento es capaz de producir sonido, porque no se necesita música, ni pista, ni nada más que tú y yo."
No dijimos nada más, ella simplemente tomó mi mano y fuimos a bailar.
miércoles, 27 de abril de 2011
Troya
Luego de diez años de enfadosa lucha sin resultados, el ejército aqueo, comandado por Agamenón, estaba ya cansado del sitio a la infranqueable ciudad. Aunado a ello, una terrible peste asoló el campamento causando grandes bajas al ya de por si desmoralizado ejército.
Los grandes comandantes comprendían que habían ofendido algún dios y que debían congraciarse con él, sin embargo, el grueso del ejército –compuesto por gente sencilla, por campesinos que habían abandonado sus tierras y sus familias por orden de sus reyes– no tenía idea de lo que estaba pasando, para ellos sólo había muerte, hambre, desolación y una causa perdida. Habían ido a luchar a esa tierra extranjera, dejando toda su vida atrás, sólo por recuperar a una mujer: la más bella del mundo, decían las leyendas. Pero para un simple soldado la causa era vana, por muy bella que fuera Helena, no valía una guerra tan larga, además, esa belleza le pertenecía sólo a Menelao, su legítimo esposo, y un simple y llano guerrero tenía que morir sin albergar siquiera la esperanza de poder yacer en el lecho de Helena.
Todas las esperanzas aqueas de que la guerra tocara su fin estaban puestas en Aquiles, aquel guerrero, hijo de una diosa, a quien se creía invencible. Aquiles peleaba por la fama que la victoria acarrea consigo. ¿Qué le importaban a él Helena, o la causa de los griegos, o el monopolio económico que vendría con la conquista de la ciudad? En cambio, en Troya, todas las miradas estaban puestas en Héctor, hombre valeroso, sin duda, pero que no estaba a la altura de aquel legendario guerrero Aquiles. Héctor lo sabía, sin embargo, no temía enfrentar a su rival, temía más por el futuro de su esposa y su hijo una vez que cayera él, el más honorable de los troyanos.
Una confrontación entre Agamenón y Aquiles estuvo a punto de poner fin a la guerra, porque, si Aquiles partía –ofendido como estaba– la escasa moral que les quedaba a los aqueos se desvanecería y ya no verían razón para luchar, más aún, sin Aquiles entre sus tropas ninguno podría ver a Héctor acercarse a la batalla en las filas de vanguardia sin sentir que sus piernas se debilitaban y su cuerpo caía al piso presa del horror. Agamenón estaba consciente de que él no era nada sin Aquiles, no es que sintiera miedo de Héctor, pero tampoco es que quisiera enfrentarlo en batalla, así que, tragándose su orgullo, prefirió pedir disculpas a Aquiles para que la guerra continuara en buenos términos para los aqueos.
Sin embargo, imposible sería evitar que los destinos de Héctor y Aquiles se encontraran en una trágica batalla donde uno de ellos iba a morir. Esto estaba previsto, no por el destino, sino por la cólera de un par de diosas que, en busca de venganza, habían provocado que se desatara la cruel guerra de Troya. Todo el problema se originó varios años atrás, cuando Discordia se presentó con un regalo mientras se celebraba una boda: Era una manzana de oro que tenía inscrita la leyenda “para la más bella”. Afrodita, Atenea y Hera se disputaron aquella presea. Como no había manera de que ninguna de ellas aceptara que la otra era más bella decidieron que la decisión debía tomarla un mortal. Eligieron a Paris, hermano de Héctor, como juez. Las tres, jugando un tanto sucio, quisieron sobornar al inexperto jovenzuelo ofreciéndole dones que sólo ellas podían otorgarle, pero la astuta Afrodita, conociendo los corazones de los mozos en desarrollo, le ofreció un regalo que le sería imposible rechazar: a Helena, la mujer más bella del mundo. El fallo, como es de imaginarse, se dio a favor de Afrodita. Las otras dos diosas, encolerizadas, juraron venganza. Así fue como, en su cólera, creyeron que la mejor forma de vengar la afrenta de Paris, borrarían la ciudad de Troya del mapa, por ser la ciudad natal del joven que las había ofendido.
Cruel desgracia la de Héctor, tener que morir él, que jamás había pensado siquiera ofender a las diosas que ahora causaban su perdición. Así fue como finalmente, Héctor se encontraba tras las murallas infranqueables de Troya, detrás de la puerta, sabiendo que su muerte llegaría en breve, su padre y su esposa lloraban amargamente, le pedían que no saliera… afuera aguardaba Aquiles, éste había mandado llamar a Héctor exclusivamente, quería luchar con él y sólo con él. Héctor se puso su armadura lentamente, no tenía prisa, pero tampoco estaba alargando su suerte. Tomó su casco y se paró tras la inmensa puerta que defendía su ciudad. Ordenó que se abrieran las puertas, afuera aguardaba Aquiles y el ejército Aqueo. Las puertas comenzaron a abrirse y se hizo un silencio espantoso… todo el mundo estaba a la expectativa, los mismos dioses se había reunido en el cielo para ver lo que iba a ocurrir.
Salió Héctor al encuentro de Aquiles, lo miró con una amplia sonrisa en el rostro, llevaba en una mano su casco, salió sin lanza o espada. Caminó con paso firme, pero lento hacia donde Aquiles estaba, se paró frente a él, lo miró, lo abrazó… Aquiles se sintió desconcertado. Finalmente Héctor le habló:
“Hermano, sé has venido aquí con el único propósito de acabar con mi vida. En cualquier otra circunstancia te daría las gracias, hoy no será la excepción, no obstante, me gustaría antes comunicarte mi pensamiento. No se nos oculta, por nuestro noble linaje, que estamos el día de hoy, aquí, peleando por Helena. Pero tú bien sabes que esa mujer nada tiene que ver contigo, ni conmigo, ni con Troya ni con todas las ciudades griegas que se han reunido aquí para reclamarla. Helena es un conflicto entre Paris y Menelao que los dioses han querido hacer más grande. Glorioso es morir por el honor cuando se nos ha arrebatado por la fuerza, entonces luchar por una causa propia se convierte en la mayor de las virtudes, no hay vida más gloriosa que la que termina en el campo de batalla. Sin embargo, yo te pregunto ¿qué de gloria encuentras en morir por arbitrio caprichoso de los dioses? Un gran honor sería para mí morir abatido por tu lanza si acaso mi ciudad le hubiera hecho algún mal a la tuya. Pero ambos sabemos que el día de hoy uno de nosotros morirá, yo moriré, sólo porque tres diosas jugaron un juego y no supieron perder. Hoy es voluntad de Atenea y Hera que Troya caiga y Afrodita no es lo suficientemente fuerte para defenderla. ¿Por qué, hermano? ¿Por qué pelear defendiendo los caprichos de aquellas? ¿Por qué derramar nuestra sangre mortal y por qué dedicar nuestros esfuerzos en combate por aquellas que pueden aplastarnos en un solo instante? ¿Por qué servir de diversión para los inmortales? Yo no desconozco tu fuerza, ni pretendo conservar mi vida, sólo me gustaría ser justo. ¿Por qué los humanos debemos cargar con los conflictos de los inmortales, cuando ya nuestros propios conflictos son suficientes para agobiar nuestras espaldas? Piénsalo, y si después de pensar aún quieres acabar con mi vida por una razón vana, no opondré ninguna resistencia”
Y acabando de hablar comenzó a desembarazarse de su armadura y se sentó en el suelo. Aquiles entonces miró hacia el cielo durante un largo rato, luego tomó su lanza y se preparó para disparar… Dirigió su disparo con la mayor fuerza que pudo hacia el cielo, dio la mano a Héctor, lo abrazó, luego dio media vuelta y se fue ante la mirada expectante de dioses y hombres.
Los grandes comandantes comprendían que habían ofendido algún dios y que debían congraciarse con él, sin embargo, el grueso del ejército –compuesto por gente sencilla, por campesinos que habían abandonado sus tierras y sus familias por orden de sus reyes– no tenía idea de lo que estaba pasando, para ellos sólo había muerte, hambre, desolación y una causa perdida. Habían ido a luchar a esa tierra extranjera, dejando toda su vida atrás, sólo por recuperar a una mujer: la más bella del mundo, decían las leyendas. Pero para un simple soldado la causa era vana, por muy bella que fuera Helena, no valía una guerra tan larga, además, esa belleza le pertenecía sólo a Menelao, su legítimo esposo, y un simple y llano guerrero tenía que morir sin albergar siquiera la esperanza de poder yacer en el lecho de Helena.
Todas las esperanzas aqueas de que la guerra tocara su fin estaban puestas en Aquiles, aquel guerrero, hijo de una diosa, a quien se creía invencible. Aquiles peleaba por la fama que la victoria acarrea consigo. ¿Qué le importaban a él Helena, o la causa de los griegos, o el monopolio económico que vendría con la conquista de la ciudad? En cambio, en Troya, todas las miradas estaban puestas en Héctor, hombre valeroso, sin duda, pero que no estaba a la altura de aquel legendario guerrero Aquiles. Héctor lo sabía, sin embargo, no temía enfrentar a su rival, temía más por el futuro de su esposa y su hijo una vez que cayera él, el más honorable de los troyanos.
Una confrontación entre Agamenón y Aquiles estuvo a punto de poner fin a la guerra, porque, si Aquiles partía –ofendido como estaba– la escasa moral que les quedaba a los aqueos se desvanecería y ya no verían razón para luchar, más aún, sin Aquiles entre sus tropas ninguno podría ver a Héctor acercarse a la batalla en las filas de vanguardia sin sentir que sus piernas se debilitaban y su cuerpo caía al piso presa del horror. Agamenón estaba consciente de que él no era nada sin Aquiles, no es que sintiera miedo de Héctor, pero tampoco es que quisiera enfrentarlo en batalla, así que, tragándose su orgullo, prefirió pedir disculpas a Aquiles para que la guerra continuara en buenos términos para los aqueos.
Sin embargo, imposible sería evitar que los destinos de Héctor y Aquiles se encontraran en una trágica batalla donde uno de ellos iba a morir. Esto estaba previsto, no por el destino, sino por la cólera de un par de diosas que, en busca de venganza, habían provocado que se desatara la cruel guerra de Troya. Todo el problema se originó varios años atrás, cuando Discordia se presentó con un regalo mientras se celebraba una boda: Era una manzana de oro que tenía inscrita la leyenda “para la más bella”. Afrodita, Atenea y Hera se disputaron aquella presea. Como no había manera de que ninguna de ellas aceptara que la otra era más bella decidieron que la decisión debía tomarla un mortal. Eligieron a Paris, hermano de Héctor, como juez. Las tres, jugando un tanto sucio, quisieron sobornar al inexperto jovenzuelo ofreciéndole dones que sólo ellas podían otorgarle, pero la astuta Afrodita, conociendo los corazones de los mozos en desarrollo, le ofreció un regalo que le sería imposible rechazar: a Helena, la mujer más bella del mundo. El fallo, como es de imaginarse, se dio a favor de Afrodita. Las otras dos diosas, encolerizadas, juraron venganza. Así fue como, en su cólera, creyeron que la mejor forma de vengar la afrenta de Paris, borrarían la ciudad de Troya del mapa, por ser la ciudad natal del joven que las había ofendido.
Cruel desgracia la de Héctor, tener que morir él, que jamás había pensado siquiera ofender a las diosas que ahora causaban su perdición. Así fue como finalmente, Héctor se encontraba tras las murallas infranqueables de Troya, detrás de la puerta, sabiendo que su muerte llegaría en breve, su padre y su esposa lloraban amargamente, le pedían que no saliera… afuera aguardaba Aquiles, éste había mandado llamar a Héctor exclusivamente, quería luchar con él y sólo con él. Héctor se puso su armadura lentamente, no tenía prisa, pero tampoco estaba alargando su suerte. Tomó su casco y se paró tras la inmensa puerta que defendía su ciudad. Ordenó que se abrieran las puertas, afuera aguardaba Aquiles y el ejército Aqueo. Las puertas comenzaron a abrirse y se hizo un silencio espantoso… todo el mundo estaba a la expectativa, los mismos dioses se había reunido en el cielo para ver lo que iba a ocurrir.
Salió Héctor al encuentro de Aquiles, lo miró con una amplia sonrisa en el rostro, llevaba en una mano su casco, salió sin lanza o espada. Caminó con paso firme, pero lento hacia donde Aquiles estaba, se paró frente a él, lo miró, lo abrazó… Aquiles se sintió desconcertado. Finalmente Héctor le habló:
“Hermano, sé has venido aquí con el único propósito de acabar con mi vida. En cualquier otra circunstancia te daría las gracias, hoy no será la excepción, no obstante, me gustaría antes comunicarte mi pensamiento. No se nos oculta, por nuestro noble linaje, que estamos el día de hoy, aquí, peleando por Helena. Pero tú bien sabes que esa mujer nada tiene que ver contigo, ni conmigo, ni con Troya ni con todas las ciudades griegas que se han reunido aquí para reclamarla. Helena es un conflicto entre Paris y Menelao que los dioses han querido hacer más grande. Glorioso es morir por el honor cuando se nos ha arrebatado por la fuerza, entonces luchar por una causa propia se convierte en la mayor de las virtudes, no hay vida más gloriosa que la que termina en el campo de batalla. Sin embargo, yo te pregunto ¿qué de gloria encuentras en morir por arbitrio caprichoso de los dioses? Un gran honor sería para mí morir abatido por tu lanza si acaso mi ciudad le hubiera hecho algún mal a la tuya. Pero ambos sabemos que el día de hoy uno de nosotros morirá, yo moriré, sólo porque tres diosas jugaron un juego y no supieron perder. Hoy es voluntad de Atenea y Hera que Troya caiga y Afrodita no es lo suficientemente fuerte para defenderla. ¿Por qué, hermano? ¿Por qué pelear defendiendo los caprichos de aquellas? ¿Por qué derramar nuestra sangre mortal y por qué dedicar nuestros esfuerzos en combate por aquellas que pueden aplastarnos en un solo instante? ¿Por qué servir de diversión para los inmortales? Yo no desconozco tu fuerza, ni pretendo conservar mi vida, sólo me gustaría ser justo. ¿Por qué los humanos debemos cargar con los conflictos de los inmortales, cuando ya nuestros propios conflictos son suficientes para agobiar nuestras espaldas? Piénsalo, y si después de pensar aún quieres acabar con mi vida por una razón vana, no opondré ninguna resistencia”
Y acabando de hablar comenzó a desembarazarse de su armadura y se sentó en el suelo. Aquiles entonces miró hacia el cielo durante un largo rato, luego tomó su lanza y se preparó para disparar… Dirigió su disparo con la mayor fuerza que pudo hacia el cielo, dio la mano a Héctor, lo abrazó, luego dio media vuelta y se fue ante la mirada expectante de dioses y hombres.
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domingo, 3 de abril de 2011
viernes, 18 de marzo de 2011
Experimento
Mi costumbre es ir los viernes a tomar
–E invertir mi salario en cerveza
Para alejar penas de mi cabeza–
Oculto en un rincón del oscuro bar
Salgo una noche con paso peculiar
Frente a mí una joven atraviesa
Ebrio quedo por su extrema belleza
Y le Digo “¿Te puedo acompañar?”
Apresurados vamos a su casa
Ella muerde mi cuello con fiereza
Mientras me desangro el tiempo pasa
Despierto recostado en la Marquesa
Y débil por la tremenda resaca
Insufrible es el dolor de cabeza.
–E invertir mi salario en cerveza
Para alejar penas de mi cabeza–
Oculto en un rincón del oscuro bar
Salgo una noche con paso peculiar
Frente a mí una joven atraviesa
Ebrio quedo por su extrema belleza
Y le Digo “¿Te puedo acompañar?”
Apresurados vamos a su casa
Ella muerde mi cuello con fiereza
Mientras me desangro el tiempo pasa
Despierto recostado en la Marquesa
Y débil por la tremenda resaca
Insufrible es el dolor de cabeza.
lunes, 28 de febrero de 2011
Si es cremoso es baboso
¿Se han dado cuenta de lo tremendamente estúpidos que son la mayoría de los comerciales que transmiten por televisión? Digo, se supone que deben ser lo suficientemente llamativos pero ¿por qué deben hacerlos tan ilógicos, incoherentes y tontos? Sé que siempre ha habido y habrá malos publicistas, aunque también los hay muy buenos, pero, vamos, últimamente tenemos una enorme abundancia de los primeros.
¿No están convencidos de mis palabras? Analicemos, pues, algunos de los más incoherentes. Por ejemplo, aquel que dice más o menos así: “¿Te has puesto a pensar que pasaría si pudiéramos detener el tiempo? Los besos durarían semanas, y esa luna llena sería para siempre…” Para comenzar, si detienes el tiempo no existiría la noción de semana, ni siquiera existiría un “para siempre”, porque el “siempre” implica justamente la duración perpetua ¡en el tiempo! Así que, creyendo que existe tal posibilidad, teniendo el tiempo detenido, un beso no puede durar semanas, el carácter durativo no existiría, no habría forma de determinar la duración de algo, porque sin tiempo no hay concepto de segundo, minuto, hora, día, etc.
Bueno, no se quieren meter en cuestiones físicas, veamos otro ejemplo entonces. “Ya llevamos DOS horas de novios y aún no has cambiado tu estado de soltero en Facebook… te da pena andar conmigo ¿verdad?” Dos horas… Este comercial no sé si refleja lo superficial de nuestra sociedad o trata de ejemplificar la idiotez de los seres humanos, como quiera que sea, esto sólo tomaría sentido tomando en cuenta la tontería del ejemplo anterior, porque dos horas durarían semanas.
Y ya que seguimos con anuncios de banda ancha móvil, que me dicen de aquel que está en dos partes. En la primera parte una chica como de 15 años está triste porque tiene frenos en los dientes y entonces nadie le va a hacer caso. Lo anterior me parece típico en el comportamiento de un adolescente y quizá hasta sea normal. Pero sigamos con el anuncio. La madre de la muchacha se conecta a internet y le sugiere que le mande una invitación (una vez más a Facebook, extraño no) para ser amigos al chico que le gusta. La niña lo hace y en el momento el muchacho saca un Black Berry (ya saben, todos los adolescentes llevan un teléfono con red 3G consigo) de su bolsillo y acepta la invitación. En la segunda parte el mismo muchacho va a la casa de la muchacha a hacer tarea “porque no tiene internet”. Puede pagar un plan de red 3G pero no tiene internet. ¡Genial! ¿No?
Y que me dicen de esas cancioncitas idiotas de “vamos a llamar el doble de tiempo…” o “soy ejecutivo, tengo un Smartphone” Por dios, eso es para retrasados mentales. Si gastan tanto dinero haciendo publicidad ¿por qué rayos no la hacen bien? O aquello de “El mejor lugar para trabajar es el que te gusta” porque obviamente todo tu trabajo consiste en entrar a internet y buscar a tus compañeras nuevas en Facebook (¿no les parece que ya mencioné esto tres veces?).
Los peores, creo yo, son esos comerciales de “si es cremoso es granoso, a ti te sirve pero a mí no…” o “tu maquillaje me sacó granos”. Para comenzar ponen a una niña malcriada gritándoles a sus padres, en segundo lugar ponen a unos padres con cara de arrepentimiento por lo que hicieron. Digo, unos padres que de verdad amaran a sus hijos les enseñarían a respetarse a sí mismos en lugar de estarse preocupando por un maldito grano. En segundo lugar nos están diciendo que la vida de nuestros jóvenes gira alrededor del susodicho grano. Además está comprobado por un psiquiatra profesional que el no sé qué porcentaje de los adolescentes con acné piensan en el suicidio. Y lo peor de todo, antes pasaban a un escuincle baboso con su cara de cacahuate garapiñado con una severa depresión porque sus padres se preocupaban más por el dinero que por ver por el bienestar de su hijo. Pero ahora no, ahora todos los anuncios son de muchachas también con cara de cacahuate garapiñado. O sea que el mercado ha pasado a ser exclusivo de las mujeres porque las mujeres son más cabezas huecas que los hombres ¿no?
Ah, pero también están aquellos anuncios que dicen que los hombres piensan con las axilas. El transpirar por las axilas les impide pensar bien, supongo que es porque el sudor empaña los pensamientos. O aquel que “no es lo mismo festejar sin levantar los brazos…” por dios no tiene sentido. Pero eso sí, los hombres que piensan con el sobaco consiguen a las mujeres más atractivas. Yo supongo que lo anterior se debe a que una mujer cabeza hueca que en su adolescencia usó maquillaje contra las imperfecciones “complementa en sentido contrario” a un hombre que piensa con las axilas secas.
Hay alguna publicidad que no es precisamente mala como aquella de “por los que se hicieron fama y se echaron a dormir” aunque, en lo personal, jamás he entendido que tiene que ver el alcohol con el tema. Simplemente no tiene sentido.
Y los anuncios del gobierno son de lo peor que existe, ahora, además, incluyen subtítulos para que puedas leer lo que dicen…
No entiendo por qué los anuncios deben ser tan tontos. ¿Acaso están pensados sólo para llamar la atención de la gente tonta…? Olvídenlo, creo que ya tengo la respuesta.
¿No están convencidos de mis palabras? Analicemos, pues, algunos de los más incoherentes. Por ejemplo, aquel que dice más o menos así: “¿Te has puesto a pensar que pasaría si pudiéramos detener el tiempo? Los besos durarían semanas, y esa luna llena sería para siempre…” Para comenzar, si detienes el tiempo no existiría la noción de semana, ni siquiera existiría un “para siempre”, porque el “siempre” implica justamente la duración perpetua ¡en el tiempo! Así que, creyendo que existe tal posibilidad, teniendo el tiempo detenido, un beso no puede durar semanas, el carácter durativo no existiría, no habría forma de determinar la duración de algo, porque sin tiempo no hay concepto de segundo, minuto, hora, día, etc.
Bueno, no se quieren meter en cuestiones físicas, veamos otro ejemplo entonces. “Ya llevamos DOS horas de novios y aún no has cambiado tu estado de soltero en Facebook… te da pena andar conmigo ¿verdad?” Dos horas… Este comercial no sé si refleja lo superficial de nuestra sociedad o trata de ejemplificar la idiotez de los seres humanos, como quiera que sea, esto sólo tomaría sentido tomando en cuenta la tontería del ejemplo anterior, porque dos horas durarían semanas.
Y ya que seguimos con anuncios de banda ancha móvil, que me dicen de aquel que está en dos partes. En la primera parte una chica como de 15 años está triste porque tiene frenos en los dientes y entonces nadie le va a hacer caso. Lo anterior me parece típico en el comportamiento de un adolescente y quizá hasta sea normal. Pero sigamos con el anuncio. La madre de la muchacha se conecta a internet y le sugiere que le mande una invitación (una vez más a Facebook, extraño no) para ser amigos al chico que le gusta. La niña lo hace y en el momento el muchacho saca un Black Berry (ya saben, todos los adolescentes llevan un teléfono con red 3G consigo) de su bolsillo y acepta la invitación. En la segunda parte el mismo muchacho va a la casa de la muchacha a hacer tarea “porque no tiene internet”. Puede pagar un plan de red 3G pero no tiene internet. ¡Genial! ¿No?
Y que me dicen de esas cancioncitas idiotas de “vamos a llamar el doble de tiempo…” o “soy ejecutivo, tengo un Smartphone” Por dios, eso es para retrasados mentales. Si gastan tanto dinero haciendo publicidad ¿por qué rayos no la hacen bien? O aquello de “El mejor lugar para trabajar es el que te gusta” porque obviamente todo tu trabajo consiste en entrar a internet y buscar a tus compañeras nuevas en Facebook (¿no les parece que ya mencioné esto tres veces?).
Los peores, creo yo, son esos comerciales de “si es cremoso es granoso, a ti te sirve pero a mí no…” o “tu maquillaje me sacó granos”. Para comenzar ponen a una niña malcriada gritándoles a sus padres, en segundo lugar ponen a unos padres con cara de arrepentimiento por lo que hicieron. Digo, unos padres que de verdad amaran a sus hijos les enseñarían a respetarse a sí mismos en lugar de estarse preocupando por un maldito grano. En segundo lugar nos están diciendo que la vida de nuestros jóvenes gira alrededor del susodicho grano. Además está comprobado por un psiquiatra profesional que el no sé qué porcentaje de los adolescentes con acné piensan en el suicidio. Y lo peor de todo, antes pasaban a un escuincle baboso con su cara de cacahuate garapiñado con una severa depresión porque sus padres se preocupaban más por el dinero que por ver por el bienestar de su hijo. Pero ahora no, ahora todos los anuncios son de muchachas también con cara de cacahuate garapiñado. O sea que el mercado ha pasado a ser exclusivo de las mujeres porque las mujeres son más cabezas huecas que los hombres ¿no?
Ah, pero también están aquellos anuncios que dicen que los hombres piensan con las axilas. El transpirar por las axilas les impide pensar bien, supongo que es porque el sudor empaña los pensamientos. O aquel que “no es lo mismo festejar sin levantar los brazos…” por dios no tiene sentido. Pero eso sí, los hombres que piensan con el sobaco consiguen a las mujeres más atractivas. Yo supongo que lo anterior se debe a que una mujer cabeza hueca que en su adolescencia usó maquillaje contra las imperfecciones “complementa en sentido contrario” a un hombre que piensa con las axilas secas.
Hay alguna publicidad que no es precisamente mala como aquella de “por los que se hicieron fama y se echaron a dormir” aunque, en lo personal, jamás he entendido que tiene que ver el alcohol con el tema. Simplemente no tiene sentido.
Y los anuncios del gobierno son de lo peor que existe, ahora, además, incluyen subtítulos para que puedas leer lo que dicen…
No entiendo por qué los anuncios deben ser tan tontos. ¿Acaso están pensados sólo para llamar la atención de la gente tonta…? Olvídenlo, creo que ya tengo la respuesta.
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jueves, 3 de febrero de 2011
La despedida. El final
Caminamos en silencio durante un largo rato. El silencio se iba tornando cada vez más incómodo con forme avanzaba el tiempo. Yo me sentía molesto, todo me molestaba. “Se está nublando” dijo ella. Su voz me irritaba, no podía soportarla. ¿A qué había venido? ¿Por qué caminaba conmigo? Yo la miré con desprecio, ella se percataba de mi febril estado, yo lo sabía, pero dentro de su alma, un alma buena, quería ayudarme… no sabía que no se puede ayudar a quien está completamente extraviado.
“Pronto lloverá” volvió a decir. Su voz desgarraba el silencio y yo la odiaba por eso. Seguí caminando sin decir nada, con la mirada clavada en el suelo, como si quisiera encontrar el camino que desciende al infierno. Sí, eso era lo que deseaba. Ella me seguía, no se apartaba de mi lado. En el cielo resonó un trueno que anunciaba la pronta llegada de la lluvia. Eso me alegró, yo podría caminar bajo la lluvia esperando que un rayo terminara con mi existencia con la única esperanza de que ella buscara un refugio para resguardarse de la lluvia.
Sentí la primera gota mojar mi cabello. Levanté la mirada hacia ella y la vi con una sonrisa malévola, incluso cruel. No dije nada. Caminamos hasta refugiarnos bajo un techo. Ella temblaba de frío. Se quedó parada, inmóvil bajo el techo. Yo di media vuelta y me dispuse a caminar. “Espera…” gritó ella al tiempo que me sujetaba de un brazo. Las lágrimas comenzaron a dibujarse en su rostro. Yo la miré con verdadero desprecio. Odiaba profundamente su llanto, odiaba sus manos tratando de aferrarse a mí, pero lo que más odiaba es que sus lágrimas no fueran de tristeza, sino de pena, de misericordia, de… lástima, tal vez. ¿Qué creía, que me hacía un favor, que mi corazón se ablandaría sólo por sus estúpidas lágrimas?
No. Yo era un ser vil y desgraciado, incluso cruel pero sumamente orgulloso, soberbio y altanero. Así que sin decir una sola palabra me desembaracé de sus manos y comencé a caminar bajo la lluvia, ella se quedó atrás, mirándome partir, mientras yo explotaba en una frenética y maniática carcajada que se opacaba con el estruendo de los truenos celestes.
“Pronto lloverá” volvió a decir. Su voz desgarraba el silencio y yo la odiaba por eso. Seguí caminando sin decir nada, con la mirada clavada en el suelo, como si quisiera encontrar el camino que desciende al infierno. Sí, eso era lo que deseaba. Ella me seguía, no se apartaba de mi lado. En el cielo resonó un trueno que anunciaba la pronta llegada de la lluvia. Eso me alegró, yo podría caminar bajo la lluvia esperando que un rayo terminara con mi existencia con la única esperanza de que ella buscara un refugio para resguardarse de la lluvia.
Sentí la primera gota mojar mi cabello. Levanté la mirada hacia ella y la vi con una sonrisa malévola, incluso cruel. No dije nada. Caminamos hasta refugiarnos bajo un techo. Ella temblaba de frío. Se quedó parada, inmóvil bajo el techo. Yo di media vuelta y me dispuse a caminar. “Espera…” gritó ella al tiempo que me sujetaba de un brazo. Las lágrimas comenzaron a dibujarse en su rostro. Yo la miré con verdadero desprecio. Odiaba profundamente su llanto, odiaba sus manos tratando de aferrarse a mí, pero lo que más odiaba es que sus lágrimas no fueran de tristeza, sino de pena, de misericordia, de… lástima, tal vez. ¿Qué creía, que me hacía un favor, que mi corazón se ablandaría sólo por sus estúpidas lágrimas?
No. Yo era un ser vil y desgraciado, incluso cruel pero sumamente orgulloso, soberbio y altanero. Así que sin decir una sola palabra me desembaracé de sus manos y comencé a caminar bajo la lluvia, ella se quedó atrás, mirándome partir, mientras yo explotaba en una frenética y maniática carcajada que se opacaba con el estruendo de los truenos celestes.
miércoles, 12 de enero de 2011
En la estación de trenes
Esperaba sentada en la estación de trenes. Miraba apaciblemente a la gente ir de aquí para allá con sus maletas. No sabía exactamente por qué, pero eso le hacía experimentar una sencilla paz interior. Le parecía agradable observar las facciones de las personas a su alrededor. Algunos iban apresurados, otros tranquilos, algunos molestos, otros contentos. Todos tenían algo que contar al mundo y ella estaba allí para escuchar sus historias.
Esperaba sin prisa. Cada mirada, cada sonrisa, cada lágrima, cada imagen era un deleitarse… esperaba ahí sorbiendo un vaso de unicel con café caliente. A veces ellos también la miraban y ella se encontraba con la mirada inquisidora de “los otros”. Ella entonces les dirigía alguna amable sonrisa –vaya que su sonrisa era amable– y ellos a veces la devolvían, otras veces sólo la miraban con curiosidad e incluso con desdén, sentía como su mirada incomodaba a ciertas personas, pero ella no se inmutaba, sonreía como quien sonríe al aire, como quien sonríe a la vida, con una sonrisa pura, una sonrisa que brotaba del fondo del alma. Así sonreía ella.
A veces presenciaba a las parejas despedirse en el andén. Uno subía al ferrocarril mientras el otro se quedaba ahí llorando… entonces ella los veía y sonreía, ellos entonces sentían un profundo agradecimiento. Alguno incluso se acercaba para platicar con ella, pero ella no hablaba jamás, sólo los veía con sus profundos ojos grises y eso era más que suficiente.
Y así esperaba, desde que despuntaba el alba hasta que se ocultaba el último rayo de sol. Esperaba ver y ser vista. Esperaba que llegara un tren, un tren que cambiara su vida, un tren que abordo trajera una persona capaz de poder conversar con ella, sin palabras, sin sonidos, esperaba que unos profundos ojos como los suyos bajaran algún día de algún vagón. Allí esperaba, sentada. Cuando era menester se levantaba de su lugar e iba a comer algo, mas regresaba pronto a la misma banca. La gente no se sentaba en esa banca, sabían que le pertenecía a ella y respetaban el silencioso acuerdo.
Ella soñaba, esperaba que su sueño se volviera realidad, allí, en la estación de tren. Y en silencio, sin darse cuenta siquiera, ella había ya cumplido tantos sueños. Ella era un sueño, un sueño hecho realidad, el sueño de ellos, y estaba allí, esperando que alguien más la soñara, mientras soñaba y esperaba… Algún día, tal vez, todos esos sueños serían más que sueños, algún día la espera terminaría.
Esperaba sin prisa. Cada mirada, cada sonrisa, cada lágrima, cada imagen era un deleitarse… esperaba ahí sorbiendo un vaso de unicel con café caliente. A veces ellos también la miraban y ella se encontraba con la mirada inquisidora de “los otros”. Ella entonces les dirigía alguna amable sonrisa –vaya que su sonrisa era amable– y ellos a veces la devolvían, otras veces sólo la miraban con curiosidad e incluso con desdén, sentía como su mirada incomodaba a ciertas personas, pero ella no se inmutaba, sonreía como quien sonríe al aire, como quien sonríe a la vida, con una sonrisa pura, una sonrisa que brotaba del fondo del alma. Así sonreía ella.
A veces presenciaba a las parejas despedirse en el andén. Uno subía al ferrocarril mientras el otro se quedaba ahí llorando… entonces ella los veía y sonreía, ellos entonces sentían un profundo agradecimiento. Alguno incluso se acercaba para platicar con ella, pero ella no hablaba jamás, sólo los veía con sus profundos ojos grises y eso era más que suficiente.
Y así esperaba, desde que despuntaba el alba hasta que se ocultaba el último rayo de sol. Esperaba ver y ser vista. Esperaba que llegara un tren, un tren que cambiara su vida, un tren que abordo trajera una persona capaz de poder conversar con ella, sin palabras, sin sonidos, esperaba que unos profundos ojos como los suyos bajaran algún día de algún vagón. Allí esperaba, sentada. Cuando era menester se levantaba de su lugar e iba a comer algo, mas regresaba pronto a la misma banca. La gente no se sentaba en esa banca, sabían que le pertenecía a ella y respetaban el silencioso acuerdo.
Ella soñaba, esperaba que su sueño se volviera realidad, allí, en la estación de tren. Y en silencio, sin darse cuenta siquiera, ella había ya cumplido tantos sueños. Ella era un sueño, un sueño hecho realidad, el sueño de ellos, y estaba allí, esperando que alguien más la soñara, mientras soñaba y esperaba… Algún día, tal vez, todos esos sueños serían más que sueños, algún día la espera terminaría.
miércoles, 5 de enero de 2011
2011
¡Por fin terminó el año! Ya no más bicentenarios rondando por el aire, me tenían podrido con ello.
Ahora, pasemos a temas realmente importantes y trascendentes. Estamos en el año 2011. En el 2012 se acaba el mundo. ¿Se han puesto a pensar que sólo tienen un poco más de 660 días para realizar todos sus sueños frustrados?
Lo bueno es que muchos ya han comenzado el año con excelentes propósitos -los mismos que olvidarán a mediados de febrero, cuando tengan que preocuparse por el amor- y con una "vida nueva". Una corta vida nueva. Pero ¿de qué preocuparse? Los dioses aman a los que mueren jovenes. Lo bueno de que el mundo se acabe es que ya no hay que trabajar ¿no les parece genial? no más preocupaciones, estres tráfico, violencia, ambición, hambre, religión y películas de mala calidad.
Lo malo de que se acabe el mundo es que no disfrutaré de mi play station tres que acabo de adquirir, sí, lo sé, tengo todavía más de 660 días, pero... ah... supongo que muchos de ustedes compartirán mi sentimiento y sabrán el oscuro pesar que aqueja mi alma.
Y aún tengo algo de tiempo para comprar una mac y poder morir a lado de mis aparatos queridos. También me debería preocupar por un par de calcetines que no estén rotos y un traje presentable para el fin del mundo, no me gustaría terminar esta vida vestido con harapos todos rotos.
Pensandolo detenidamente, seiscientos y pico de días no son suficientes para preparar un final de la existencia ¿no creen?
Pero ¿qué se le va a hacer? Sonrían, Dios me ama...
Feliz fin del mundo.
Ahora, pasemos a temas realmente importantes y trascendentes. Estamos en el año 2011. En el 2012 se acaba el mundo. ¿Se han puesto a pensar que sólo tienen un poco más de 660 días para realizar todos sus sueños frustrados?
Lo bueno es que muchos ya han comenzado el año con excelentes propósitos -los mismos que olvidarán a mediados de febrero, cuando tengan que preocuparse por el amor- y con una "vida nueva". Una corta vida nueva. Pero ¿de qué preocuparse? Los dioses aman a los que mueren jovenes. Lo bueno de que el mundo se acabe es que ya no hay que trabajar ¿no les parece genial? no más preocupaciones, estres tráfico, violencia, ambición, hambre, religión y películas de mala calidad.
Lo malo de que se acabe el mundo es que no disfrutaré de mi play station tres que acabo de adquirir, sí, lo sé, tengo todavía más de 660 días, pero... ah... supongo que muchos de ustedes compartirán mi sentimiento y sabrán el oscuro pesar que aqueja mi alma.
Y aún tengo algo de tiempo para comprar una mac y poder morir a lado de mis aparatos queridos. También me debería preocupar por un par de calcetines que no estén rotos y un traje presentable para el fin del mundo, no me gustaría terminar esta vida vestido con harapos todos rotos.
Pensandolo detenidamente, seiscientos y pico de días no son suficientes para preparar un final de la existencia ¿no creen?
Pero ¿qué se le va a hacer? Sonrían, Dios me ama...
Feliz fin del mundo.
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