Ophrys se quedó atónita tras el relato de Ernust. Pero se sentía muy feliz por su amigo. Ambos se olvidaron de la clase. Ernust estaba tan emocionado y Ophrys tan contenta que a ninguno de los dos les importó perder una clase. Él hablaba entusiasmado, contó a Ophrys el extraño sueño, la súbita aparición de Violeta en la casa, sus sentimientos, su emoción, sus planes… era todo un mar de ideas y sentimientos.
–Ve más despacio, –le dijo Ophrys– no puedo entenderte nada. Pon en orden tu cabeza antes de comenzar el discurso.
–Lo siento, es que estoy tan emocionado… tan feliz.
Para Ernust el tiempo pasaba de manera muy lenta, contaba los segundos para poder estar nuevamente con Violeta. No prestaba atención a las clases. En lugar de ello, tomó una hoja de papel y comenzó a doblarla hasta que le dio forma de flor. Luego volvió a desdoblarla, la coloreó y volvió a darle forma. Pensó que sería un lindo detalle para Violeta. De hecho no pensaba en otra cosa que no fuera o estuviera relacionada con Violeta.
Al llegar la hora de la salida, Ernust salió del salón olvidando todo. Jazmín y Ophrys se quedaron un tanto contrariadas al percatarse de que su amigo ni siquiera se había acordado de decir adiós. Se miraron mutuamente y sonrieron.
Ernust se encontró con Violeta a la salida. Él la saludó desde lejos. Ella lo miró.
–¡Qué bueno que te encuentro, Ernust! –Le dijo– hay algo importante que quiero decirte. Me siento muy emocionada y feliz. Me gustaría mucho contártelo, pero ahora tengo un poco de prisa, debo irme, espero poder llamarte a tu casa al rato, si no te veo mañana, no tengo más tiempo por ahora. Te quiero mucho. Nos vemos.
Ella se fue sin decir más. Y él quedó triste y abatido. No entendía lo que estaba pasando. Había visto los ojos de Violeta mientras hablaba, ciertamente se veía feliz, su sonrisa se dibujaba más franca. A Ernust le pareció que su Violeta estaba experimentando exactamente lo mismo que él, ese renacer, ese contemplar el mundo cono ojos nuevos, con una mirada auténtica, ese amor por la vida. Se sintió feliz por ello, pero abatido porque no había entendido lo que pasaba. Sin embargo se fue a su casa para esperar la llamada de Violeta. Mientras caminaba no podía hacer más que pensar “¿qué será lo que quiere decirme?”
Llegó Ernust a su casa. No tardó mucho en sonar el teléfono. Ernust sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, le dolía su palpitar. Con la mano temblorosa descolgó el auricular. Pero fue grande su decepción al escuchar que era Ophrys y no Violeta quien llamaba. “¿Estás bien?” le preguntó su amiga “sabes que cuentas conmigo, no estás solo”. Ernust no entendía lo que le pasaba a su amiga. ¿Qué clase de pregunta era aquella?, ¿a qué venía todo esto? Ernust se limitó a responderle “estoy bien, gracias. Debo dejarte espero otra llamada” y terminó la llamada.
Pasó una hora y el teléfono no sonaba. Ernust se sentía ansioso, quería incluso ser él quien llamara. Se sentó junto al teléfono y no quería separarse de él, ahí sentado transcurrió mucho tiempo sin que él se moviera de lugar. De pronto se sobresaltó al escuchar el sonido de la puerta abriéndose. Violeta entró en la habitación y corriendo hacia Ernust le dio un gran abrazo un y un apasionado beso.
–Ah, sé que dije que te llamaría, pero preferí venir personalmente.
–En la tarde me asustaste ¿qué es eso tan importante que quieres decirme?
–Sólo… –con esa sonrisa que hacía que Ernust se volviera loco dibujada en los labios, continuó– solo quería decirte lo mucho que te quiero. Ernust, estoy enamorada de ti.
Los ojos de Ernust se llenaron de lágrimas. Estaba tan feliz que no podía dejar de llorar. Él había llorado muchas veces, pero jamás de alegría, por lo tanto era un sentimiento extraño el sentirse tan bien y sin embargo no poder contener las lágrimas.
Violeta lo abrazaba, lo besaba y le susurraba palabras al oído. Él respiraba el perfume de su piel, de su cabello. Miraba sus ojos, le parecían dos enormes luceros que irradiaban un haz con los colores que daban vida al mundo. Se sentía invadido por su aliento, sentía como lo respiraba y su amor se iba internando en lo más profundo de su ser. Estaba completamente perdido, extasiado.
Ella se quedó toda la tarde a lado de Ernust. Él la miraba, acariciaba su rostro, a ratos la abrazaba y se prendaba de ella, no quería soltarla, no quería sentirla ni un centímetro lejos. Entonces la abrazó, y ella hizo lo propio, ella lo apretó contra su pecho y él, inexplicablemente, comenzó a sentir un terrible miedo de la soledad. Hasta entonces había permanecido con los ojos cerrados, disfrutando del momento con todos los demás sentidos. Pero en ese momento, al abrir los ojos, encontró su pequeña casa demasiado grande, se le antojó demasiado sola, demasiado callada, demasiado tétrica. Sintió un miedo terrible de quedarse solo. Apretó un poco más a Violeta, lo suficiente como para que ella no pudiera soltarse, pero no tanto como para hacerle daño. Como si fuera un niño que teme a la oscuridad, que no quiere que su madre lo deje solo en su habitación. Afuera comenzaba ya a oscurecer. Ernust entendía que Violeta debía irse, pero no quería que eso pasara. Así, que sin más rodeos comenzó a hablar.
–Violeta… tengo miedo. No quiero que te vayas, no quiero sentirme solo. Esta estancia es tan fría, y tú… el calor de tu cuerpo, tu mirada… no quiero que te vayas. Parece que he vivido siglos en la soledad, y hoy que estás aquí, que te siento, que siento que eres la única persona en este mundo que me entiende, que me comprende, que me ama por quién soy, entonces no quiero volver a estar solo. Ahora que estás aquí parece como sí jamás hubiera estado yo solo, y no sé si pudiera acostumbrarme a la soledad. Pero hoy tengo miedo… hoy no quiero que te vayas. Sin embargo sé que tal vez te estoy pidiendo demasiado… te puedo acompañar a tu casa…
–Ernust… –dijo ella con una voz llena de compasión y de comprensión– ¿quién hablo de irse? Me quedaré contigo, toda la noche si es necesario. No tienes nada que temer.
Todo el miedo de Ernust se disipó con las palabras de Violeta. Ambos fueron a la habitación. Se acostaron sobre la cama. Violeta contempló su retrato y alabó la técnica del artista. Esa noche fue fría. Ambos se abrazaron. Ernust se acostó en el pecho de Violeta y se quedó profundamente dormido.
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