Una noche, Ernust se sentía nervioso, estaba demasiado feliz, demasiado eufórico como para poder dormir, así que se sentó tras el escritorio y comenzó un nuevo boceto del rostro de su querida Violeta. Trabajó durante toda la noche sin darse cuenta. La luz de la mañana lo regresó a la realidad. Tenía que ir a la escuela y no había dormido ni un poco. Miró su dibujo y se sintió satisfecho. No le importaba haber permanecido despierto, se sentía feliz. Le causaba cierta emoción saber que en unos instantes se encontraría con esa linda jovencita y entonces todas sus penas desaparecerían.
Llegó a la escuela a buena hora. Se encontró con su amiga Jazmín. Ella lo recibió con un fuerte abrazo. “Parece que estás perdiendo el suelo” le dijo. No añadió nada más aunque parecía querer decirle algo importante. Fueron a clases y el día transcurrió sin mayores novedades.
Al terminar las clases Ernust buscó a Violeta. Finalmente la encontró a la salida de la escuela. Él la saludó con cierta efusividad. Ah, cuanto bien le hacía al recién nacido Ernust el encontrarse con su joven amiga. Cuando estaba con ella experimentaba una cierta dicotomía, entre bienestar y nerviosismo, entre tranquilidad y agitación.
–Hola, oye… ¿te gustaría ir a tomar un café?– preguntó Ernust con su clásica forma de hablar entrecortada.
–Oh, lo lamento mucho Ernust, hoy no podré. Pero quizá en alguna otra ocasión.
–Está bien, no te preocupes.
Un tanto frustrado, pero ciertamente alegre, Ernust regresó a su casa. Era una oportunidad excelente para leer a su querido, pero olvidado desde hacía tiempo, Rimbaud. Comió algo rápidamente, luego fue a su escritorio y vio el dibujo de Violeta que había comenzado la noche anterior. Se olvidó entonces del poeta francés y pensó que el retrato que había hecho casi lograba alcanzar el objetivo que él buscaba. “Unos cuantos retoques y quedará listo” pensó, y se sentó a trabajar.
Transcurrieron varias horas hasta que por fin quedó completamente satisfecho con su trabajo. Lo había logrado, el retrato de Violeta era tan natural, tan real, que parecía estar vivo. Los ojos tenían una expresión de ternura y pureza, era como contemplar un manantial de aguas cristalinas en medio de un bosque virgen. Su sonrisa era la misma de la de un niño que jamás ha experimentado dolor o penas en la vida. Unos rasgos finos, una flor en el cabello, justo como el día que la había conocido.
Ernust no supo cuanto tiempo pasó, pero al terminar el retrato la noche ya iba bien avanzada en su curso. Él no sentía sueño, pese a tener ya una noche entera en vela. Contempló su dibujo una y otra vez. Le parecía como si el retrato pudiera verlo, como si aquellos ojos dibujados en el papel fueran auténticos. “Qué fácil es perderse en esos ojos…” y ciertamente lo era. Ernust se perdió en su dibujo, olvidándose de dormir. Lo contemplaba, y pensaba en que había creado una verdadera obra de arte. Quiso recordar entonces aquella clase de mitología, dónde había escuchado de un escultor griego que había rogado a la diosa Venus que le diera vida a su recién hecha escultura. Pero no pudo recordar más que eso, había olvidado todo el contexto, así que lo dejó por la paz. Llevó su dibujo a su habitación, lo colocó en la pared frente a la cama para poder contemplarlo.
Se quedó contemplando más y más tiempo su obra maestra, hasta que cayó presa del sueño. Entonces se vio acostado en su cama, se levantó y fue hacia el escritorio. Ahí todos sus bocetos de Violeta lo miraban con cierta curiosidad. Él los saludaba a todos y ellos reían con él. Jazmín entonces le tocaba el hombro y con una cálida sonrisa le decía “no pierdas el suelo” y luego se iba. Posteriormente Ophrys al otro lado del escritorio, mirando los retratos de violeta, caminaba hacia él, le tocaba el pecho y de ahí brotaban flores moradas que ella comenzaba a poner en los cabellos de los bocetos dibujados, los retratos sonreían y decían “gracias”. Ernust se sentía muy feliz, recordaba el retrato de su habitación, tomaba la flor más hermosa que había salido de su pecho y, dejando a Ophrys, se dirigía a su recamara. La Violeta de su cuarto lo miraba con una ternura indecible, y con una voz casi espectral, pero a la vez maravillosa le decía “gracias” mientras él colocaba la flor en su cabello. Ernust acarició la mejilla dibujada y sintió la calidez de la piel de Violeta. El retrato, con los ojos fijos en la mirada de Ernust le dijo “hora de ir a la escuela”. Ernust volvió a acostarse en la cama y vio como lentamente todo se iba desvaneciendo a su alrededor.
Ernust despertó asustado al sentir que alguien lo agitaba para despertarlo. Abrió los ojos repentinamente y se encontró con una mirada tierna. Era Violeta. Él al verla se tranquilizó un poco, pero después se sintió confundido. ¿Dónde estaba? ¿Había ido él a casa de Violeta? O ¿Violeta se había quedado en su casa? Por un instante recordó el sueño (¿había sido un sueño?) de los retratos parlantes y un escalofrío recorrió su espina dorsal, pero se tranquilizó al ver pendida de la pared su obra maestra. Violeta se había sentado en la orilla de la cama y con gesto burlón le decía “¿Ya te acabas de despertar? Es hora de ir a la escuela”.
–¿Qué estás haciendo aquí? –Preguntó Ernust muy extrañado– ¿Cómo entraste?
–Qué memoria tienes, tú me diste las llaves… y vine a traerte un café, como ayer no pude, pensé que te gustaría que desayunáramos juntos.
–Claro, es sólo que, me asustaste, quiero decir, me sorprendió verte aquí… es que.
–Ya, no digas más, mira, tu date un baño y arréglate, yo mientras tanto dispondré la mesa.
Ernust obedeció. Se levantó de la cama y se dispuso a tomar un baño. No sabía la hora, aun estaba oscuro. Se aseó rápidamente, pues no quería dejar esperando mucho tiempo a Violeta. Se vistió y fue a la pequeña habitación que hacía las veces de sala y comedor. Ahí estaba ella esperándolo pacientemente. En la mesa había un par de tazas que dejaban salir vapor debido al líquido caliente que contenían. Ernust se sentó junto a Violeta. Ella lo miró, tomó su rostro con las dos manos, se acercó y le dio un beso en los labios, luego sonriendo le dijo “no seas tan tímido, no te traerá nada bueno” y comenzó a tomar su café.
–No lo entiendo… –dijo Ernust.
–No hay nada que entender, yo sé que me quieres, Ernust, y yo te quiero a ti. Eso es lo único que hay que saber… ahora, a desayunar.
Comieron un pan junto con el café, Ernust se sentía contrariado, pero muy feliz. Terminando el desayuno Violeta tomó su mochila y ambos se dirigieron a la escuela. Ernust sostuvo la mano de Violeta todo el camino, se sentía extasiado. Al llegar a la puerta de la escuela Violeta se detuvo, lo abrazó fuertemente. Él olía sus cabellos perfumados, sentía su calor, sólo entonces se dio cuenta de que la mañana era fría. Ella volvió a besarlo, luego le dijo “aquí nos separamos, yo voy a otro salón, nos vemos al rato, querido” dio media vuelta y se fue. Él miró como se alejaba, y cuando se perdió de su vista comenzó a caminar a su salón.
En el pasillo encontró a Ophrys, ella lo miró con una mirada curiosa.
–No me lo digas, has tenido otra pesadilla…
Ernust sonrió con la sonrisa de un niño.
–No vas a creer lo que paso…
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