Salió por la puerta principal y se dirigió a su vehículo. Con una enorme sonrisa en los labios ocultó sus lágrimas tras un prolongado abrazo porque “los chicos no lloran”. Sin palabras para que su voz no se escuchara entrecortada… No había en realidad nada más que decir, tal vez esas palabras que él mismo había propuesto callar y nada más. Pero no dijo nada, sólo enjugó sus lágrimas con toda la fuerza de su corazón y subió a su automóvil dispuesto a emprender su viaje.
Su camino de regreso era muy diferente al camino de venida. El primer viaje estaba lleno de confusión, casi miedo. Realmente no sabía a dónde iba, no sabía que iba a encontrar. El miedo a lo desconocido oprimía su alma de una forma inenarrable. En cambio su regreso era un camino ya conocido, sólo que ahora luchaba por romper una banda elástica que lo mantenía unido a ese lugar. No es que quisiera romperla realmente, es que debía hacerlo, y así lo hizo.
Partió ya de tarde, cuando el sol había recorrido ya la mayor parte de su carrera. Y mientras más se alejaba de aquel lugar la luz lo iba abandonando poco a poco. Que difícil fue para él pronunciar unas palabras tan estoicas, aquellas palabras que lo ataban inevitablemente a lo que debía ser y no a lo que él quería. Y mientras el sol se perdía en el horizonte, el sentía que debía cargar con todo el peso del astro para evitar que terminara de caer.
Luego simplemente se quedó a solas en la oscuridad… lo peor apenas iba a comenzar.
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Piensa que después del ocaso la luna viene a cobijarte y, aunque sea lejana, te mira sólo a ti.
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