Después de un sueño pesado e intranquilo Ernust se incorporó en la cama con un solo movimiento. Su frente estaba perlada por un sudor frío, su respiración era agitada, las palpitaciones de su corazón eran tan fuertes que le hacían daño. Se quedó sentado unos segundos tratando infructuosamente de escrutar su habitación en la oscuridad. Se sentía mareado y no sabía dónde estaba. Pasó varias veces sus delgados dedos entre sus cabellos lacios. Poco a poco el sueño quedó atrás y Ernust pudo ubicarse en tiempo y espacio. Volvió a recostarse y trató de recordar su tétrica pesadilla, pero todo fue en vano, lo había olvidado. Comenzó a sentir un miedo inexplicable. Tanto silencio, tanta oscuridad lo pusieron alerta. Encendió la luz eléctrica, miró su reloj, casi era hora de levantarse para ir a la escuela.
Mientras se duchaba intentó nuevamente reconstruir su sueño pero todo era inútil. Sólo llegaban a su cabeza imágenes aisladas que no era capaz de ordenar. No se sentía del todo tranquilo, pero era incapaz de recordar por qué su pesadilla lo había trastornando tanto.
De mala gana tomó un poco de leche, estuvo dando vueltas al cereal con la cuchara, no quería comer. Encendió el radio un momento, el silencio lo estaba volviendo loco. Hacía algunos meses que se había mudado a un departamento al centro de la ciudad, vivía solo y la soledad le pesaba. Se sentó en el piso, escuchaba una pieza de Mozart, cerró los ojos por un momento. No estaba dormido, pero dejaba que lentamente los acordes del Réquiem lo fueran llevando. En su letargo llegó una imagen a su cabeza: unos ojos terribles, una mirada penetrante, como un fuego que quema el interior. Abrió los ojos, miró nuevamente su reloj, apagó el radio, tomó su mochila y salió de su casa cerrando con llave la puerta tras de sí.
Caminó hasta la escuela, normalmente bastaban unos veinte minutos para alcanzar su objetivo, sin embargo, aquella mañana caminaba sin ganas, estaba distraído, intentaba encontrar por qué aquel sueño lo había despertado de esa manera tan abrupta, pero por más que trataba de recordar, sólo lograba evocar en la memoria la imagen de los ojos con la mirada de fuego. Tardó casi media hora en llegar a la universidad. El retraso y la mente distraída tratando de alcanzar los rincones más oscuros del inconsciente le persuadieron de que lo mejor sería no entrar a la primera clase. Llegó hasta la puerta de su salón, dio media vuelta y caminó hacia los jardines.
Ernust había cambiado mucho desde que salió de la casa de sus padres y comenzó a vivir solo. La pesadilla de la noche anterior era sólo una muestra de algo que le ocurría con frecuencia, pero sólo en contadas ocasiones lograba recordar lo que había soñado. La desesperación y la soledad lo iban sumiendo poco a poco en una depresión que él mismo no lograba explicarse. Raras veces salía con sus amigos, que eran en verdad muy contados, generalmente se la pasaba largas horas en la biblioteca de la escuela leyendo libros de todo tipo. Ya casi no se le veía sonreír, aunque jamás lo habían visto llorando. Su raquítica condición daba la impresión de una persona anémica. Últimamente estaba tan concentrado en sus estudios que raras veces se le veía conversar con otro ser humano.
Llegó a los jardines de la escuela, se sentó en una banca de concreto que estaba fría por el fresco de la mañana. El sol había salido sin que Ernust se diera cuenta de ello. Puso la cabeza entre sus manos e intento una y otra vez recordar su pesadilla. Al ver que no lo lograría, se quedó sentado viendo hacia un árbol cercano. Miraba como un par de ardillas jugaban alegremente en una rama de aquel frondoso árbol. Sacó una hoja de papel, dibujó aquel árbol y escribió “mirada de fuego”. Guardó el papel en su mochila, sacó su reproductor portátil de música y escuchó algunas melodías.
Luego de un rato llegó al mismo lugar su amiga Ophrys. Lo saludó con una sonrisa y se sentó a su lado. Sin decir palabra alguna Ernust sacó el dibujo del árbol de su mochila y se lo mostró a la recién llegada. Ella lo miró un momento, luego se lo devolvió. Se paró frente a él, tomó aire como si estuviera a punto de decir algo. Se acercó a Ernust, le dio un abrazo largo y fuerte y se alejó de ahí.
Ernust apagó su reproductor de música, tomó su mochila y comenzó a caminar sin rumbo dentro de la universidad. Un pasillo tras otro. No miraba a ningún punto en específico. La gente entraba y salía de sus salones, pero él no prestaba el menor interés en lo que sucedía a su alrededor. De pronto alguien le tocó el hombro, lo que lo sacó de su ensimismamiento. Era Jazmín. Ella lo vio, le dirigió una sonrisa, luego cambió su expresión a una cara más severa.
–Otra pesadilla ¿verdad? –Preguntó con un tono inquisitivo.
–Así es –Se limitó a responder él.
–Creo que deberías visitar al psicólogo –Dijo ella. Ernust en ese momento sacó su dibujo del árbol. Jazmín lo miró y leyó en voz alta para sí misma “mirada de fuego”. Posteriormente se dirigió a él– ¿ya se lo has mostrado a Ophrys?
Ernust asintió con la cabeza. Ella repitió su consejo sobre el psicólogo y ambos caminaron juntos hacia un salón. Entraron, se sentaron y esperaron a que llegara el maestro.
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