Había llegado la hora. Me acerco a mi guardarropa, extraigo de él mi viejo uniforme, está limpio, lleva ya algún tiempo guardado, aún conserva el aroma a limpio, ¡cúanto tiempo ha pasado desde la última vez que ese uniforme cubrió mi cuerpo! Extraigo con cierta solemnidad la cinta, aquella vieja cinta que casi ha perdido su color, sé que tengo otro par, una nueva, la otra con un mínimo uso. Pero mi cinta tiene un gran valor, fue un regalo de mi mejor amigo y maestro. Me la entregó el día de su graduación a segundo Dan, la puso en mis manos y me dio un fuerte abrazo. Creo que esa cinta me recuerda el gran cariño que le tengo, y que él me tiene a mí, y por eso la valoro tanto.
Guardo mi uniforme en la mochila, doblado y cuidadosamente dispuesto para evitar que se arrugue. No lo plancho, sólo lo acomodo así, como lo saqué del guardarropa. Tomo mi mochila y salgo de casa. De camino me siento algo extraño. Estoy algo nervioso, debo admitirlo, no sé exactamente por qué. Me causa cierta intranquilidad saber que veré a mi maestro, saber que algo me dirá. Tal vez un reproche, tal vez una bienvenida, no lo sé, eso no me deja estar. Además el dolor en mis rodillas que no sé si me dará libertad de movimiento. Aún así condusco con cierta velocidad, pero sin prisa.
Al llegar bajo tranquilamente de mi automovil. Me acerco a la puerta, veo que todo está justo como lo recordaba. Entro, saludo y comienzo a subir las escaleras. Las primeras caras conocidas me sonríen al verme. Al llegar arriba veo a mi antigua compañera dando clases a los nuevos pupílos. Le pido permiso para entrar a su clase, ella acepta, pero me advierte que más tarde llegará nuestro maestro, el sensei, y dará una clase. Voy al vestidor, me pongo mi uniforme, saco la cinta con solemnidad y orgullo y la amarro en mi cintura. Siempre hay una especie de rito, hago el nudo con sumo cuidado, al revisar que ambas puntas de la cinta estén parejas sé que algo ha cambiado en mí. Me acerco a la orilla del Dojo y pido permiso para entrar.
Mis pies descalzos entran en contacto con la madera. ¡Qué sensación! La maestra, mi compañera, me pregunta si entrenaré o si esperaré. Sólo quiero probar mis rodillas, haré el calentamiento. A los pocos minutos el sudor perlea mi frente. Me duele la espalda, las piernas, los brazos. Siento como mis huesos truenan al producirse el movimiento. Al terminar el calentamiento me pesan las piernas, parece que no las podré mover, pero la clase ha comenzado. "Haz sólo lo que quieras" me dice mi compañera. Yo sigo su clase unos veinte minútos. No puedo más, pero sigo adelante. Esucho la puerta abriéndose, ha llegado el sensei.
Me mira con cierta admiración. Saluda con una sonrisa. Luego se va a cambiar. Entra portando su uniforme. Mi clase ha terminado por un momento. Puedo respirar, puedo platicar con mi compañero y maestro que acaba de llegar. Termina la clase que había iniciado mi compañera y concluido el sensei, ha llegado la hora. A la voz de "alineados" las tres personas que permanecemos ahí nos formamos, entonces llega el saludo.
Ya no hay tiempo ni espacio. Estoy yo y mi cuerpo ya cansado, absorbiendo energía de dónde puede: de mi interior, de mis compañeros, de mi sensei, del Dojo, de las personas que miran desde fuera. Y luego, la despedida. "Gracias, profesor". Un saludo profundo a mis compañeros, al espacio. Y nuevamente al vestidor. Mi cuerpo está renovado, siento el cansancio en todos mis músculos, pero no me pesa, me siento tranquilo, mi espíritu está en paz. Me siento de buen humor, puedo sonreír.
Cuánta falta me hacía. Entonces no puedo dejar de recordar las palabras que mi amigo y maestro me dijo hace ya más cinco años: "Puedes alejarte del Karate, pero siempre volverás a él, puede que a veces te de mucho gusto, otras veces flojera, otras veces hastío, otras veces miedo, pero te llamará cuando tú lo necesites" Y al sentirme tan satisfecho, recuerdo entonces las palabras de mi sensei: "El Karate no debe quedarse en el Dojo"
Entonces cierro mi puño, mi mano vacía y pienso "quiero aprehender Karate"...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
:)... eso debe ser muy bueno, no tengo nada comparado a lo que tú tienes en el karate, pero se nota que te hace bien, que te renueva, se nota que esconde un secreto de esos que no descubres hasta que lo practicas. ¡Enhorabuena por tu regreso al karate!
ResponderEliminarQue bien que algo te haga sentir de esa manera. Nunca me han gustado los deportes y jamás practiqué deporte alguno.
ResponderEliminarPero recuerdo que en algún punto de mi infancia soñaba con ser karteca pero me limité a leer los libros viejos de mi madre.
quizas olia a limpio por el nuevo suavitel momentos magicos. Me da gusto que te sientas feliz y que bueno que tengas algo que te haga sentir asi. Yo tengo la pintura, pero no es lo mismo, quizas deba empezar a hacer deporte...
ResponderEliminar