Dicen que durante la adolescencia comienzas a sufrir una serie
de cambios que te convertirán en una persona adulta: se te engruesa la voz, te
crece vello púbico, barba, bigote, te sientes desconcertado, malhumorado,
molesto por cualquier cosa, crees que nadie te entiende, pero, sobre todo,
recalcan una y otra vez que comenzarás a ver a las mujeres de forma distinta.
Resulta que cumples catorce años y las mujeres pasan de ser tus compañeras de
juego a convertirse en una especie de presa que debes asechar, ya no pueden ser
tus amigas, porque de repente te conviertes en un enemigo, alguien en quien no
se puede confiar, y debes mantenerte alejado de ellas, guardar la distancia, a
menos, claro, que estés pensando en casarte, tener hijos, y vivir para siempre
a su lado, de lo contrario, es mejor no hablarles y… bueno, la adolescencia es
un período difícil.
No quiero
decir que yo sea una persona especial y que ninguno de esos cambios tuvo efecto
en mí, porque soy único y diferente de todos los demás. No es eso, lo cierto es
que mi voz no se volvió más gruesa, mi cara es tan lampiña como hace cinco años
y las mujeres… bueno, me causó una gran impresión que de repente ya no
estuvieran ahí, ya no quisieran (o no tuvieran permiso) de ir al cine, al
parque, al centro comercial conmigo. Como estudio en un colegio de varones, de
por sí ya era complejo mantener unas pocas amistades con chicas de mi edad, así
que de repente me sentí abandonado, abrumado y solo. Sí, creo que después de
todo sí había entrado en la adolescencia junto con todos los demás.
Gabriel era
mi mejor amigo en la escuela. Él es un tanto excéntrico, un muchacho muy desinhibido,
a diferencia mía, que solía hacer bromas sobre que era homosexual en una escuela
católica, todo un caso, yo me doblaba de risa cada que les decía a los otros
compañeros que estaban bien guapos y trataba de tomarlos de la mano. Gabriel y
yo hacíamos todo juntos: íbamos a la escuela, luego al gimnasio, estábamos en
la misma compañía de teatro, él quería ser actor, yo sólo entré por él,
teníamos los mismos amigos en común, juagábamos a los mismos juegos. Y de
compañeros y amigos nos convertimos también en cómplices, cuando Gabriel
comenzó a interesarse en las chicas, me volví su brazo derecho, me encargaba de
conocer a la muchacha en cuestión, saber qué le gustaba, sus intereses, sus
miedos, y luego realizaba una estrategia para que Gabriel pudiera conquistarla,
y funcionaba.
Todo iba
bien, hasta que llegamos a los últimos meses de la secundaria. Ambos teníamos
un plan, nos quedaríamos a estudiar la preparatoria en la misma escuela,
seguiríamos siendo los mejores amigos para siempre, haríamos mejores planes
para conquistar muchachas. Gabriel se interesó en Lucy, la amiga de una amiga,
y comenzó mi tarea de investigación. Acercarme a Lucy no fue nada sencillo,
ella era mucho más compleja que el resto de amigas que teníamos, era, por
decirlo de alguna forma, más madura. Casi puedo asegurar que Lucy, desde el
principio, sabía cuál era nuestro modus
operandi, pero no se inmutó, me seguía la plática, y hasta me buscaba para
conversar. Salimos un par de veces luego de la escuela y tuvimos conversaciones
muy profundas e interesantes. En nuestra tercera cita Lucy me preguntó, sin
mayores rodeos, por qué hacía eso por Gabriel, entonces no supe qué decir, me
quedé pasmado, jamás imaginé que alguien pudiera sospechar que Gabriel y yo
estábamos coludidos. Le respondí que no era por Gabriel, que lo hacía por mí,
porque ella me gustaba. Y hasta cierto punto era verdad, esas semanas que
habíamos compartido hicieron que comenzara a estrechar lazos con Lucy. Ella no
respondió, se acercó mucho a mí, me miró directamente a los ojos, me tomo de la
cabeza con ambas manos y me dio un beso en los labios. El tiempo se detuvo por
un momento y yo me quedé ahí, sintiendo en los labios de Lucy la traición que
le hacía a Gabriel. Cuando Lucy separó sus labios de los míos, yo respiraba
aceleradamente, mi corazón palpitaba a toda velocidad en mi pecho y sentí como
la sangre coloreaba mi rostro. Entonces Lucy me dijo: “lo que dices no es
verdad. Mira, no andaré con Gabriel, pero si tú de verdad quieres que sea tu
novia, llámame. Por cierto, no respondiste mi pregunta, y no quiero que me
respondas ahora, pero respóndete a ti mismo, no te engañes ¿por qué haces esto
por Gabriel?” Dio media vuelta y se fue.
Regresé a
casa desconcertado. No sabía qué iba a decirle a Gabriel, pero, sobre todo, no
sabía a qué se refería Lucy. Estuve pensando durante horas y horas qué quería
decir, pero no lo comprendía. Y el beso… había dado mi primer beso a una
pretendida de Gabriel ¿cómo podría decir que era su mejor amigo? Me sentía tan
mal que no quería volver a ver a Gabriel, estaba tan avergonzado. Fingí una
enfermedad para no ir a la escuela, pensé que sería suficiente para darme
tiempo y pensar, pero no fue así, a las tres de la tarde llegó Gabriel a mi
casa, preocupado porque me había enfermado. Le pedí que se fuera, porque no
quería contagiarlo, pero se quedó, ahí, parado en la puerta, con una sonrisa
franca, luego me dio un abrazo y me dijo “no te ves enfermo”. Entonces yo me
puse muy nervioso. “Gabriel, debo hablar contigo, es sobre Lucy…”, “A, no má”
me interrumpió “ya tienes un plan, la verdad es que esa chava sí me gusta un
buen”, “mira, no sé cómo decirte esto…, es que ella no quiere andar contigo
porque… le gusta alguien más”, “Ah, sí ¿Quién?”, “Yo…”, “¿En serio? Oye,
felicidades, por fin tendrás novia…”, “Gabriel, ¿no estás enojado?”, “Ay, no
mames, ¿no me digas que por eso no fuiste a la escuela hoy”, “yo…”, “mira, está
muy chido que le gustes a Lucy, la neta eres bien chido, hasta yo andaría
contigo”. Entonces me dio la mano y pude sentir la fuerza de su apretón. Lo
rodee con mis brazos y comencé a sentir que no quería que aquel momento
terminara nunca. Una fuerte emoción me invadió y sólo pude manifestarla
derramando lágrimas sobre su hombro mientras intentaba decir gracias. Gabriel
me secó las lágrimas con su playera, me dio una palmada en la mejilla, luego me
guiñó un ojo y me dijo “nos vemos mañana en la escuela”.
Parecía que
todo volvería a la normalidad, pero en la siguiente fiesta que fuimos juntos,
conocimos a Samantha y a Gabriel le gustó. Entonces comenzamos llevar a cabo el
plan para que él y Samantha se volvieran novios. Pero tampoco funcionó, de
alguna forma me volví muy amigo de Samantha, pero ella no quería andar con
Gabriel. ¿Es que acaso yo estaba haciendo algo de manera inconsciente para
evitar que Samantha saliera con él?
Estábamos a
unas semanas de graduarnos de secundaria, cuando les dije a mis padres que
quería cambiarme de escuela, que ya no quería seguir ahí, que había buscado
otras opciones y creía que estaría mejor en una escuela mixta, no en una de
varones. Mis padres, muy desconcertados al principio, trataron de convencerme de
que me quedara ahí. Pero yo supliqué que no fuera así. Finalmente accedieron a
cambiarme, de último momento. El último día de clases, informé a todo el grupo
que no continuaría con ellos el próximo año. Todos quedaron estupefactos, pero
yo quedé pendiente en todo momento de la reacción de Gabriel. Se hizo una rueda
a mi alrededor, todos me abrazaban y me decían que me extrañarían, sólo él se
quedó alejado. No fue sino hasta el final del día cuando se me acercó, con
lágrimas en los ojos y me preguntó “¿por qué te vas? ¿qué voy a hacer en la
preparatoria sin ti?”, “estarás bien” le dije “quizá podamos vernos de vez en
cuando, no es el fin del mundo”, “Eres mi mejor amigo ¿lo sabes?”, entonces no
pude contener más las lágrimas “lo sé, pero estarás mejor sin mí”. No sé por
qué lo dije, pero fue así. Luego me fui de la escuela, subí al auto en el que
mis papás fueron a recogerme, y mientras enjugaba mis lágrimas envié un mensaje
a Lucy para concertar una cita.
Cuando
llegué con Lucy, ella me miró con una sonrisa pícara, y sin más preámbulo me
dijo “ya tienes la respuesta ¿verdad?”. Asentí con la cabeza. “Lo hice porque
lo amo…” Sentí como un viento tibio desordenaba mis cabellos.
¡Qué bonito!
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