Francisco Cervantes de Salazar, en su obra Tres diálogos latinos, en voz de los
interlocutores toca un tema que, desde mi punto de vista, sigue siendo actual.
El diálogo La Universidad de México
trata básicamente sobre la conversación que sostiene Mesa con Gutiérrez. El
primero natural de México, el segundo recién llegado de España. Gutiérrez está
muy interesado en saber la manera en que se maneja la Universidad en México,
trayendo consigo toda su experiencia en cuanto a la organización de las
universidades de España, en especial la de Salamanca; entre todas las cosas que le causan curiosidad
pone especial énfasis en el salario de los profesores.
La opinión de Gutiérrez es que hay que aumentarles el sueldo
a los profesores, y pagarles tanto como el estado sea capaz de solventar, pues
es importante que su trabajo sea valorado justamente, pues de ellos depende la
formación de las generaciones de intelectuales que, posteriormente, serán el
basamento cultural, social y económico de todo el país. Dentro de este diálogo,
se puede inferir fácilmente que los profesores de la universidad se tenían en
alta estima, que ser profesor era todo un honor y un orgullo, y que no
cualquiera podía ser profesor. Se necesitaba un alto nivel de conocimiento, un
dominio total de la materia y un renombre para poder impartir una cátedra, pues
en ese tiempo las cátedras se impartían sólo por los mejores.
Actualmente el oficio del profesor se ha visto desvirtuado
tantas veces. El estado ya no está interesado en pagar las cátedras impartidas
por los mejores profesores. Al contrario, parece que al país le interesa mal
pagar a los catedráticos para que éstos busquen impartir su conocimiento en
otro país. El valor que se le da a esta profesión está tan devaluado, que
quienes poseen el conocimiento prefieren invertirlo en “la industria” antes que
en la docencia, y al aula sólo llegan aquellos que, por azares del destino, no
pudieron encontrar una forma más “decente” de sobrevivir en este mundo
globalizado. De esta manera la educación en el país va decayendo como un avión
que, tras perder la fuerza del motor, vuela en picada precipitándose
vertiginosamente haca el suelo.
Un país sin educación es un país sin cultura, sin una
economía estable, sin un crecimiento sustentable, sin una visión, sin una
misión. En fin, un país sin educación es un país sin futuro. Y tal parece que
al gobierno le interesa que su gente no esté educada. Tal vez porque la gente
inculta no reclama y así los dirigentes del pueblo pueden abusar a su gusto y
explotar a sus subordinados cuanto les plazca. Tal vez sea porque un pueblo
dormido es más fácil de gobernar. Tal vez sea por negligencia, pues no alcanzan
a entrever que su codicia llevará a todo un pueblo a su perdición, o tal vez sí
se den cuenta y no les importe. Como quiera que sea, estamos educando una raza
de zombis cuyo interés no va más allá del soccer
y el dinero. Las matemáticas, la filosofía, la física, la química, la
literatura, se han ido perdiendo en textos mal escritos de 140 caracteres.
El gremio de la educación muere de hambre, o vive teniendo a
penas lo indispensable, mientras su entusiasmo, sus fuerzas, sus ganas de ver
un mejor país se van viendo mermadas día con día, lidiando con grupos gigantescos
de muchachos que vuelven sus sueños más sombríos; por otro lado una “mujer” –si
es que así se le puede llamar– que se nombra a sí misma la cabeza del gremio va
aumentando las tallas de su cintura. Quien puede escapar a todo esto, porque
tiene los recursos, recursos que generalmente han sacado del mismo país lleno
de gente inculta que les proporciona más y más recursos, buscan adquirir los
conocimientos fuera de su propio país. Porque si a los principales afectados no
les interesa ¿a quién le va a importar?
Cervantes de Salazar nos deja ver un México que está
orgulloso de su universidad, orgulloso de sus catedráticos, orgulloso de sus
alumnos que se esfuerzan arduamente por obtener conocimiento. La historia nos
muestra que ese México, un país naciente, que apenas comenzaba a gatear, que
aún no terminaba de reponerse de la conquista, era un México pujante, con ganas
de mostrarle al mundo que, aunque estaba dando sus primeros pasos, los estaba
dando hacia el frente. ¿Cuándo se convirtió en héroe quien patea un balón y se
comenzó a despreciar al que escribe un libro? ¿Desde cuándo sesenta pulgadas de
plasma atraen más miradas que el aula de la universidad?
Podríamos volver la mirada hacia ese México que quería
avanzar. Deberíamos volver a valorar a nuestros catedráticos, y empeñarnos en
hacer de la educación la principal preocupación de nuestro país. Voltear la
vista y ver que por un momento nuestra universidad fue la cabeza intelectual de
toda América. Y con ello no estoy sugiriendo dar vuelta atrás, sino mirar hacia
atrás para retomar el rumbo antes de seguir dando pasos hacia adelante. Sólo la
educación nos ayudará a ver hacia adelante, para que dejemos de caminar en
círculos. Un profesor puede tener muchos sueños visionarios, pero con los
bolsillos vacíos, y la falta de materia prima de calidad, los sueños no tardan
mucho antes de convertirse en pesadillas.