miércoles, 27 de abril de 2011

Troya

Luego de diez años de enfadosa lucha sin resultados, el ejército aqueo, comandado por Agamenón, estaba ya cansado del sitio a la infranqueable ciudad. Aunado a ello, una terrible peste asoló el campamento causando grandes bajas al ya de por si desmoralizado ejército.

Los grandes comandantes comprendían que habían ofendido algún dios y que debían congraciarse con él, sin embargo, el grueso del ejército –compuesto por gente sencilla, por campesinos que habían abandonado sus tierras y sus familias por orden de sus reyes– no tenía idea de lo que estaba pasando, para ellos sólo había muerte, hambre, desolación y una causa perdida. Habían ido a luchar a esa tierra extranjera, dejando toda su vida atrás, sólo por recuperar a una mujer: la más bella del mundo, decían las leyendas. Pero para un simple soldado la causa era vana, por muy bella que fuera Helena, no valía una guerra tan larga, además, esa belleza le pertenecía sólo a Menelao, su legítimo esposo, y un simple y llano guerrero tenía que morir sin albergar siquiera la esperanza de poder yacer en el lecho de Helena.

Todas las esperanzas aqueas de que la guerra tocara su fin estaban puestas en Aquiles, aquel guerrero, hijo de una diosa, a quien se creía invencible. Aquiles peleaba por la fama que la victoria acarrea consigo. ¿Qué le importaban a él Helena, o la causa de los griegos, o el monopolio económico que vendría con la conquista de la ciudad? En cambio, en Troya, todas las miradas estaban puestas en Héctor, hombre valeroso, sin duda, pero que no estaba a la altura de aquel legendario guerrero Aquiles. Héctor lo sabía, sin embargo, no temía enfrentar a su rival, temía más por el futuro de su esposa y su hijo una vez que cayera él, el más honorable de los troyanos.

Una confrontación entre Agamenón y Aquiles estuvo a punto de poner fin a la guerra, porque, si Aquiles partía –ofendido como estaba– la escasa moral que les quedaba a los aqueos se desvanecería y ya no verían razón para luchar, más aún, sin Aquiles entre sus tropas ninguno podría ver a Héctor acercarse a la batalla en las filas de vanguardia sin sentir que sus piernas se debilitaban y su cuerpo caía al piso presa del horror. Agamenón estaba consciente de que él no era nada sin Aquiles, no es que sintiera miedo de Héctor, pero tampoco es que quisiera enfrentarlo en batalla, así que, tragándose su orgullo, prefirió pedir disculpas a Aquiles para que la guerra continuara en buenos términos para los aqueos.

Sin embargo, imposible sería evitar que los destinos de Héctor y Aquiles se encontraran en una trágica batalla donde uno de ellos iba a morir. Esto estaba previsto, no por el destino, sino por la cólera de un par de diosas que, en busca de venganza, habían provocado que se desatara la cruel guerra de Troya. Todo el problema se originó varios años atrás, cuando Discordia se presentó con un regalo mientras se celebraba una boda: Era una manzana de oro que tenía inscrita la leyenda “para la más bella”. Afrodita, Atenea y Hera se disputaron aquella presea. Como no había manera de que ninguna de ellas aceptara que la otra era más bella decidieron que la decisión debía tomarla un mortal. Eligieron a Paris, hermano de Héctor, como juez. Las tres, jugando un tanto sucio, quisieron sobornar al inexperto jovenzuelo ofreciéndole dones que sólo ellas podían otorgarle, pero la astuta Afrodita, conociendo los corazones de los mozos en desarrollo, le ofreció un regalo que le sería imposible rechazar: a Helena, la mujer más bella del mundo. El fallo, como es de imaginarse, se dio a favor de Afrodita. Las otras dos diosas, encolerizadas, juraron venganza. Así fue como, en su cólera, creyeron que la mejor forma de vengar la afrenta de Paris, borrarían la ciudad de Troya del mapa, por ser la ciudad natal del joven que las había ofendido.

Cruel desgracia la de Héctor, tener que morir él, que jamás había pensado siquiera ofender a las diosas que ahora causaban su perdición. Así fue como finalmente, Héctor se encontraba tras las murallas infranqueables de Troya, detrás de la puerta, sabiendo que su muerte llegaría en breve, su padre y su esposa lloraban amargamente, le pedían que no saliera… afuera aguardaba Aquiles, éste había mandado llamar a Héctor exclusivamente, quería luchar con él y sólo con él. Héctor se puso su armadura lentamente, no tenía prisa, pero tampoco estaba alargando su suerte. Tomó su casco y se paró tras la inmensa puerta que defendía su ciudad. Ordenó que se abrieran las puertas, afuera aguardaba Aquiles y el ejército Aqueo. Las puertas comenzaron a abrirse y se hizo un silencio espantoso… todo el mundo estaba a la expectativa, los mismos dioses se había reunido en el cielo para ver lo que iba a ocurrir.

Salió Héctor al encuentro de Aquiles, lo miró con una amplia sonrisa en el rostro, llevaba en una mano su casco, salió sin lanza o espada. Caminó con paso firme, pero lento hacia donde Aquiles estaba, se paró frente a él, lo miró, lo abrazó… Aquiles se sintió desconcertado. Finalmente Héctor le habló:

“Hermano, sé has venido aquí con el único propósito de acabar con mi vida. En cualquier otra circunstancia te daría las gracias, hoy no será la excepción, no obstante, me gustaría antes comunicarte mi pensamiento. No se nos oculta, por nuestro noble linaje, que estamos el día de hoy, aquí, peleando por Helena. Pero tú bien sabes que esa mujer nada tiene que ver contigo, ni conmigo, ni con Troya ni con todas las ciudades griegas que se han reunido aquí para reclamarla. Helena es un conflicto entre Paris y Menelao que los dioses han querido hacer más grande. Glorioso es morir por el honor cuando se nos ha arrebatado por la fuerza, entonces luchar por una causa propia se convierte en la mayor de las virtudes, no hay vida más gloriosa que la que termina en el campo de batalla. Sin embargo, yo te pregunto ¿qué de gloria encuentras en morir por arbitrio caprichoso de los dioses? Un gran honor sería para mí morir abatido por tu lanza si acaso mi ciudad le hubiera hecho algún mal a la tuya. Pero ambos sabemos que el día de hoy uno de nosotros morirá, yo moriré, sólo porque tres diosas jugaron un juego y no supieron perder. Hoy es voluntad de Atenea y Hera que Troya caiga y Afrodita no es lo suficientemente fuerte para defenderla. ¿Por qué, hermano? ¿Por qué pelear defendiendo los caprichos de aquellas? ¿Por qué derramar nuestra sangre mortal y por qué dedicar nuestros esfuerzos en combate por aquellas que pueden aplastarnos en un solo instante? ¿Por qué servir de diversión para los inmortales? Yo no desconozco tu fuerza, ni pretendo conservar mi vida, sólo me gustaría ser justo. ¿Por qué los humanos debemos cargar con los conflictos de los inmortales, cuando ya nuestros propios conflictos son suficientes para agobiar nuestras espaldas? Piénsalo, y si después de pensar aún quieres acabar con mi vida por una razón vana, no opondré ninguna resistencia”

Y acabando de hablar comenzó a desembarazarse de su armadura y se sentó en el suelo. Aquiles entonces miró hacia el cielo durante un largo rato, luego tomó su lanza y se preparó para disparar… Dirigió su disparo con la mayor fuerza que pudo hacia el cielo, dio la mano a Héctor, lo abrazó, luego dio media vuelta y se fue ante la mirada expectante de dioses y hombres.

domingo, 3 de abril de 2011

Entre la gente



A veces te extraño, cuando, a mitad de la noche se enciende algún pálido lucero, pienso en ti...